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Pues bien, al volver de ese asunto importante, nos hemos parado en un vivero. Queríamos comprar alguna maceta y ciertos productos fitosanitarios (qué mal suena, lo sé, pero es su puñetero nombre) para poner guapo al jardín y que reciba lo mejor posible la gran implosión de vida que le regala la primavera. Vamos, que es lo que toca cuando se tiene un jardín. Hemos comprado una hortensia, una lavanda y una margarita blanca de toda la vida.
Después de la comida, no sé por qué, se me colaron unas cuantas avispas en el cerebro, cuestión que, cuando aparece, suelo solventar con una siesta bien medida (20 o 30 minutos); sin embargo, esta vez he desechado el catre y me he dirigido al patio, a disfrutar de mis macetas para olvidar (es mejor que el whisky). Lo primero, me he dispuesto a trasplantar las nuevas, a revisar las antiguas y a administrarles, en el mejor momento posible, un tratamiento preventivo antiplagas. Aparte de alguna pócima ecológica contra los insectos (jugo de ortiga y ajo, en concreto), le he chutado a la planta de adelfa una buena dosis de hierro (también a otras plantas que veía algo decaídas). Por último, he rociado todo el planterío con azufre, mineral del Averno que sirve para prevenir lo mismo plagas de insectos que hongos.
¿Por qué cuento todo esto? Quizás porque no tengo otra cosa mejor que hacer (estudiar inglés online no es una opción muy divertida). Y porque tengo en la jardinería un pequeño placer que me saca a veces de las zozobras mentales en que caigo al pensar que va para tres años que perdí el empleo, o al escuchar las noticias de los medios de manipulación masiva, o al ver en el facebook las colas de hambrientos, o tras comprobar cuán apáticos nos mostramos ante la grave situación que padecemos mientras unos pocos se hacen más ricos.
Sí, las plantas de mi patio no hablan pero, como seres vivos que son, me transmiten algo. Y ese algo me consuela. Si se supera su impávida apostura de seres distantes, se descubre una inocencia primigenia, una sencilla grandeza a la que los humanos jamás podremos aspirar. Snif...
Sí, damas y caballeros, la jardinería ofrece a los sentidos toda una sinfonía de colores, olores y hasta sabores, por supuesto es un regalo para la vista y si no oímos a las plantas es porque están, indudablemente, en otra onda. Este inocente entretenimiento, por otro lado, apenas cuesta dinero y tampoco exige mucho tiempo. Aunque sí se necesita tener la suficiente experiencia para dedicar a cada planta sus mimos particulares. Unas, como la hortensia, son caprichosas, no les gusta el interior pero, en cambio, les duele la mínima luz solar, de modo que están destinadas a un rincón umbrío en exterior; otras en cambio, se pirran por el sol y sus delicadas raíces piden poca agua, como el nomeolvides, de preciosas florecitas azules. Luego están las todoterreno que se adaptan a cualquier condición y pueden soportar lo mismo heladas que calor sofocante. Es el caso de los geranios, tan agradecidos que puedes duplicarlos tan sólo con hincar en la tierra un tallo (lo suyo es hacerlo en estas fechas); también muy resistente es la hiedra, ese alien de mil brazos. Aunque pocas plantas requieren tan escasos cuidados como los cactus, igualmente fácilmente clonables y que ofrecen delicadas flores por esta época. Dentro de esta grupo de niñas buenas, está mi planta favorita, la de los pensamientos: sus flores, casi orquídeas, son tan bonitas como su nombre y fructifican casi todo el año. Además, no exige mucha agua pero si viene un temporal sus raíces soportan estoicamente el aguacero. Y siempre se la ve ufana, espléndida en su belleza fractal. Sí, las plantas sufren o disfrutan, se muestran exhultantes o decaídas, palidecen lo mismo que pueden mostrarse tan sonrojadas como los mofletes de un bebé. Sienten, en suma, y lo demuestran, cualquiera puede comprobarlo si se fija atentamente. Yo, a falta de hijos, cuido de ellas como si fueran extraños retoños. Salvando las muchas distancias, a ellas también se les sacará adelante prestándoles la debida atención, estando ahí justo en el momento que te necesitan, nunca antes o después.
Mi esposa, una margarita más. |
Pero, el titular de esta pócima verbal hablaba de flores y CERVEZA. La razón es que, guiado por mi más primario instinto, al acabar con el jardín me he administrado a mí mismo un tratamiento de cerveza en envase de vidrio con el sensato fin de matar los gérmenes del estómago, que haberlos haylos. Otro placer de sibarita pobre. Bendigo a quien inventó el quinto, pero más a quien tuvo la feliz idea, no hace tanto, de sacar el cuarto (25 cl.). Ese genio fue capaz de establecer el número pi de los botellines, por más que antes a nadie se le hubiera ocurrido. El cuarto de cerveza es perfecto tanto en su unidad como en su duplicidad, estado al que no puede aspirar el quinto, demasiado corto siempre. Y, qué decir del tercio, que se me suele quedar lo mismo corto que largo. Y las pintas inglesas tienen eso, que son inglesas y no hay quien las entienda.
No se si me explico... |
Dichas estas chorradas, sin la más mínima intención salvo desahogarme, me dispongo a rematar esta tarde estupenda de placeres baratos con un cigarrillo de perejil especial que creció en su día en mi jardín. Que me disculpe el lector.
2 comentarios:
Interesante percepción de las cosas...
Saludos
Gracias a ti por tu curiosidad y atención.
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