miércoles, 6 de septiembre de 2023

Alhambra inadvertida: La mano milagrosa de Torres Balbás

Leopoldo Torres Balbás en la Alhambra. Foto tomada de elfarodemotril.es

La actual Alhambra no es ni la que construyeron los nazaríes ni la que transformaron (ergo, desvirtuaron, casi siempre) los cristianos. Tampoco, afortunadamente, es aquella Alhambra abandonada a la ruina y el saqueo, relativamente reciente en el tiempo, de la que se llegó a decir que era más auténtica, por más romántica. 

Patio abandonado y "romántico" del Cuarto Dorado en 1833. Grabado de J. G. Lewis.

Grupo familiar en el Patio de los Leones, hacia 1900. Del catálogo de la exposición Imágenes en el tiempo: un siglo de fotografía en la Alhambra: 1840-1940.

Aunque resulta imperceptible, a grosso modo, la Alhambra de hoy es la que resucitó Leopoldo Torres Balbás (Madrid 1888-idem 1960). Para quien no lo sepa, el antedicho fue arquitecto restaurador de la Alhambra, de la que se hizo responsable en 1923, hace ahora justamente cien años, hasta 1936, ya comenzada la guerra, que truncó su extraordinaria labor, como trituró otras muchas cosas y vidas. En esos poco más de 13 años, su labor fue, además de ingente, extraordinariamente eficaz, salvando al monumento de una ruina que lo había carcomido durante siglos y que apenas maquillaron las pseudo restauraciones anteriores. 

Templete oriental del Patio de los Leones en 1862, tras la "restauración" de Rafael Contreras y Juan Pugnaire, Obsérvese el cupulín orientalizante fuera de lugar. Del catálogo de la exposición Imágenes en el tiempo: un siglo de fotografía en la Alhambra: 1840-1940. 


Interior de la Torre de Machuca en 1923, el mismo año de la llegada de Torres Balbás. Del catálogo de la exposición Imágenes en el tiempo: un siglo de fotografía en la Alhambra: 1840-1940. 

A su llegada a la Alhambra, la desescombró, limpió y apuntaló allí donde se caía a pedazos, para restituir en lo posible su aspecto original. En su empeño de fidelidad arqueológica, tropezó con la incomprensión, cuando no la hostilidad, de los nostálgicos del estilo orientalista acientífico, que tantos estragos había causado décadas antes en el Monumento. Ignorando esas críticas tan espúreas como envidiosas, se recluyó en la Alhambra, trabajando sin descanso. Según sus contemporáneos, era de carácter huraño pero, al tiempo, extraordinariamente humano, tal vez porque se concentraba de tal modo en sus obligaciones que no le quedaba "tiempo libre para chacotas”, según sus propias palabras. Ajeno a todo lo que no fuera salvar y rehabilitar a la moribunda Alhambra, realizó innumerables excavaciones que sacaron a la luz, por ejemplo, la antigua medina alhambreña, esa pequeña ciudad, situada a espaldas de las residencias reales, donde se fabricaban cueros, cerámica, vidrios y otros productos y se levantaban palacios de familias prominentes y edificios administrativos. 

Aspecto parcial de la medina, con las tenerías en primer plano y el convento de san Francisco al fondo, antiguo palacio nazarí, que también rehabilitó don Leopoldo. 

Trabajó en el recinto fortificado, desde luego; también en el Generalife o en el palacio de Carlos V y otras zonas de intervención cristiana, aunque no fueran sus preocupaciones principales. Por supuesto, dedicó tiempo igualmente a los palacios estrella, es decir el de Comares y el de los Leones, pero sobre todo a otros periféricos, como el Mexuar. En éste último, por cierto no estuvo muy afortunado, cosa extraña en él; no así en el Partal, al que dedicó sus primeros bríos, devolviéndole, tras un concienzudo estudio, su aspecto original.

Cuando tomó posesión de su cargo, este sencillo y no por ello menos delicado lugar estaba completamente desfigurado: sus arcadas y los paños calados que flotaban sobre aquéllas habían desaparecido, enladrillado el pórtico con paredes andrajosas que arrastraba desde que fuera la “Casa de Sánchez”. 

Casa de Sánchez en 1833. Fotografía del Archivo Torres Molina (Granada) de la litografía 5 de J. F. Lewis "Sketches and Drawings of the Alhambra (years 1833-34)", Londres, s. a.
Tal era su nombre hace unos doscientos años, cuando su planta baja fue convertida en cuadra y su alberca, seca y abandonada, en estercolero. Su último propietario, fue A. von Gwinner, un financiero alemán que la retuvo hasta 1891, momento en el que, presionado por las autoridades, donó la propiedad al Estado. Pero, antes de ceder las escrituras retiró su pieza más valiosa: una cúpula octogonal de madera que adornaba la Torre de las Damas, hoy exhibida en el Museo Pérgamo de Arte Islámico de Berlín. 

Cúpula original de la Torre de las Damas del Partal. Imagen tomada de legadonazari.blogspot.com

No está claro si el noble germano actuó por su cuenta u obtuvo beneplácito oficial para el expolio (en agradecimiento a la cesión, claro). En aquellos tiempos ambas cosas eran posibles. Sin ir más lejos, 58 años antes, en 1833, en tiempos de la Casa de Sánchez, Richard Ford se apoderó de otra pieza del Partal, un pedazo del arrocabe que sustenta la armadura del interior del pórtico. Qué coherencia la del inglés. Al parecer, sus feroces críticas a la corrupción y desidia de los españoles de aquellos días, no sin razón, eran perfectamente compatibles con mutilar una obra de arte para llevarse un recuerdillo. Por fortuna, hace poco, un antepasado del escritor ha devuelto el trozo de arrocabe, con mucho retraso pero con vergüenza de la buena. Algo es algo. En el siguiente vídeo del Patronato de la Alhambra se aprecia la llegada y el inicio del proceso de recuperación del arrocabe.

Pero sigamos con Torres Balbás, que, como se ha dicho, se hizo cargo de la Alhambra hace ahora un siglo. Con motivo del centenario, el Patronato de la Alhambra le ha dedicado una pequeña exposición, ubicada en una sala de las habitaciones del Emperador. Al decir pequeña, quiero decir mínima, pues consiste en apenas un panel que detalla  en español e inglés una biografía y sus trabajos (en letra bien pequeña, pues fueron muchos), un par de vitrinas y su antigua mesa de trabajo. 



Exposición dedicada a Torres Balbás, que permanecerá en la Alhambra hasta enero de 2024. En la imagen del centro, más grande, se aprecian las reformas del arquitecto conservador, comparando la fila de la izquierda (antes de la restauración) con la de la derecha (después).
Además, en primavera de este 2023, se inauguró una pequeña placa en el edificio de servicios situado junto a la Torre del Vino. Ignoro si quienes decidieron homenajear al restaurador de este modo  sabían que ya existe otra, igual de minúscula e imperceptible, en la misma calle Real, a unos pasos de ésta nueva. Algo me dice que no. 

La primera placa, erigida en 2005, detrás del baño de la Mezquita, en la calle Real.
Tampoco creo que nadie pensase en dedicarle una estatua, aunque hubiese sido un simple busto, en un lugar bien visible. Un sitio ideal sería frente a la fachada meridional del palacio de Carlos V, en una glorieta situada junto a los arranques de los muros de una casas nazaríes que él excavó también.
Patio de una de las casas nazaríes excavadas frente al palacio de Carlos V.
Hubiera sido excesivo rendir semejante honor al hombre que salvó la Alhambra y otros monumentos nazaríes de la ruina.

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