Niña coreana, sin entender nada del follón que la rodea, salvo que va guapa con su hanbok. |
Viajar a Corea no es ir a un mundo distante. No tanto como
podría creerse. Ya desde mi primer contacto con ese país, hace años, cuando
conocí a mi mujer, intuía que no somos tan diferentes. Es más, si nos fijamos en la esencia, en el carácter, somos mucho más
parecidos de lo se pueda creer, por aquello de los tópicos. Esa impresión de cercanía con una nación muy lejana y asentada
sobre orígenes y señas de identidad tan distintos no era, como he
podido comprobar en este segundo viaje, ningún disparate. Lo supe cuando mi
amiga Eun Hong me dijo, casi al final del viaje: “Sabes, después de vivir en
España varios años, al volver a Corea, no he notado tanta diferencia. Desde
luego está el idioma y muchas otras cosas tan nuestras, pero en el fondo es
parecido a Sevilla”.
Se dice con razón que los coreanos son los latinos de Oriente.
Y, por lo que he podido apreciar, creo que es cierto. Un español se lo pasaría
bien en Corea, siempre que no le hiciese ascos al picante y, de ser fumador, soportase
con paciencia la ley seca de tabaco que
han impuesto en ese país. De este tema hablaré más adelante, porque va
más allá de la simple prohibición.
Prohibido fumar en todas partes. Incluso en casa, se te pueden quejar los vecinos. Este cartel estaba en la calle más turística. |
Con estas reflexiones inicio la publicación de una crónica
del viaje que mi esposa, Miryang Lee, y yo mismo, hicimos a su país. En
otoño Corea es una
enorme paleta de colores (rojos, amarillos, ocres, marrones, naranjas…) y el país
irradia belleza y serenidad. Sí, desde la misma salida del aeropuerto de
Incheon, los árboles se muestran omnipresentes. La gran extensión de espacio
forestal propicia, desde un principio, el acercamiento, la curiosidad, la
admiración hacia la majestuosa presencia de los árboles, que según creo son el
auténtica alma de Corea.
Los coreanos viven rodeados de árboles, plantan durante la
distintas etapas de su vida cuantos árboles pueden, disfrutan de ellos
visitándolos en todas las estaciones, en especial en otoño. Ese amor se
transmite en la costumbre de “abrazar” a los árboles con chalecos, que se puede
ver en algunas calles de Seúl o en
las carreteras del sur del país.
Este gesto tan naïf en
uno de los países más tecnificados del mundo sirve para definir a los coreanos.
Su tardío aunque vertiginoso desarrollo no ha impedido que sigan conservando
costumbres como la de adorar a los árboles, como hacían sus antepasados más
lejanos. Ya me gustaría que los españoles, pueblo también recién ascendido a la
división del primer mundo. nos pareciésemos a ellos en esto.
Porque en otras cosas, sí que sí.
Porque en otras cosas, sí que sí.
2 comentarios:
Realmente interesante...
Gracias
Gracias, Mark. Continuará...
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