No podía creer que un zorro, animal huidizo y receloso como pocos, me mirase como un perro a sólo dos pasos de la puerta de casa. Pero
así era.
Este verano, como siempre, hemos buscado refresco y sosiego
en la Sierra de Segura. Nuestro cortijo está cerca de una carretera, eso sí, pero
lo suficientemente aislado para que a él se acerquen sin demasiada prevención todo
tipo de criaturas: luciérnagas que durante dos noches alumbraron el mismo
umbral de la entrada o una mantis
asidua de nuestra ventana y de las polillas que pugnan por atravesar el
cristal; lagartijas y lagartos tan inocentes que se dejan coger como si lo de
huir no fuera con ellos; gamos que bajan a beber al cercano río tan confiados
que los podemos ver sentados en una silla si ellos no nos huelen; jabalíes que,
al atardecer, hozan en la espesura, a la espera de la noche, en que se
acercarán a devorar frutas caídas de nuestros árboles; ardillas que recorren las
cúpulas arbóreas para encontrarse en la copa más alta en disputa de su aéreo
territorio; cabras montesas en permanente equilibrio allá donde nadie puede
acceder; culebras que no dudan en abandonar su vieja camisa delante de nuestro
porche; aves rapaces nocturnas y diurnas y otros pájaros de feliz canto en
aquel pequeño edén…
A todos estos animales los sentíamos cercanos y demasiado
poco salvajes, pero no podíamos esperar que una raposa se tumbase frente a
nosotros como un perro, una vez le dimos, no sin cierto recelo, algo de esa comida
que sus ojos pedían tan vehementemente.
No, eso no es precisamente muy
corriente. Todo el mundo sabe que estos animales no se dejan ver casi nunca y
si lo hacen siempre será de lejos, a salvo de las escopetas. No cabe duda de
que el hombre es su mayor enemigo, extinguido ya por éste otros depredadores del
zorro, como el lobo, el lince o el oso. Su perdición desde siempre han sido los
gallineros y en la conciencia colectiva humana están impresos, desde
generaciones, los desaguisados obrados por estas “alimañas”. Es sabido que
entre los alimañeros, la mayor especialidad, por ser la más complicada, es la
de zorrero.
Entonces, qué podía haber ocurrido para que ese animal,
paradigma de la astucia, dejase de lado su natural prevención y se acercase a
mí, es decir a un representante de su ya único y terrible ángel exterminador. ¿Podría
saber él que nosotros no teníamos ni demostrábamos animadversión alguna hacia
él? ¿Era en realidad, por más insólito que pareciese, un zorro domesticado que tan
sólo merodeaba por nuestros dominios, como haría un perro callejero? Esas
preguntas nos hacíamos la primera vez que lo vimos el pasado mes de julio. Al
no poder responderlas, nos limitamos a ponerle por nombre Kike.
Al volver al sofoco de Granada, quedamos con mi hermano y su
novia para tomar unas cervezas y comentamos nuestro, cuanto menos, llamativo
encuentro con el zorro Kike. Nos dijeron que también lo habían visto unos meses
antes. Incluso habían sabido que el animal fue recogido siendo un zorrillo por
un pastor, que, al parecer, no había logrado domesticarlo. Así pues, siguiendo
a su instinto, había escapado pero sin olvidar al hombre ni el fácil alimento
que éste le proporcionaba, en esta caso de mis manos. Y tal parecía la
explicación de su comportamiento.
A pesar de todo, seguía pareciéndome un hecho insólito,
nunca jamás había oído de nada parecido. Lobeznos o algún osezno domesticados y
hasta amaestrados, sí, pero zorros, jamás. ¿O sí?
Intrigado, busqué información en internet y tengo que
confesar que me llevé una pequeña decepción. Mi experiencia no era para tanto.
La domesticación de zorros (siempre que se tengan desde cachorros) no es algo
corriente, pero tampoco infrecuente. Si sus cuidadores aciertan a conducirlos,
pueden cuajar a un zorro sin nada que envidiar al más juguetón y melindroso de
los perros. En el siguiente vídeo se puede ver a alguien que lo ha logrado:
Luego, no es tan difícil. Buscando, buscando, encontré
noticias del experimento del doctor Belyájev, un etólogo ruso que, en la segunda mitad del pasado siglo
realizó un interesante experimento con zorros. Pretendía demostrar que la
domesticación del vulpes vulpes era
posible. Para ello se guió por las mismas pautas que, según él, utilizaron los
humanos hace unos miles de años para domesticar a otros animales, como el perro
o el gato. Es decir, seleccionar a los individuos más dóciles durante
generaciones para lograr finalmente zorros completamente afines a sus
cuidadores. Se desplazó a una granja de zorros criados para la infame tarea de
servir de abrigos a ciertas señoronas. Los criadores le ayudaron a escoger aquellos
menos agresivos y finalmente compró 130 ejemplares. Armándose de paciencia pero
con la seguridad de que su intuición no le fallaría, Belyájev logró en tan sólo
10 generaciones que algunos de sus zorros se comportasen como el animal del
vídeo anterior. En términos temporales eso pueden ser tan sólo unos 6 o 7 años.
Avanzado el experimento, al cabo de 35 generaciones, es decir, unos 20 años, hasta
el 80 por ciento de los zorros se mostraban ya completamente domésticos.
Pero no quedó ahí la cosa. Aunque el etólogo ruso sólo había
empleado en su estudio una característica selectiva, es decir, la docilidad, el
proceso había generado otros cambios. Aparte de variar de comportamiento, los
zorros de Belyájev habían trocado también parte de su aspecto.
Uno de los zorros de Belyájeb, con pelaje blanco y negro. |
Cada vez con más frecuencia, presentaban
pelajes distintos o colas erguidas y hasta torcidas y no a ras de suelo, como
es común en los zorros; y a muchos se les caían las orejas como a ciertos
perros. Esto es, lo que sucede habitualmente en animales domésticos conocidos.
La Naturaleza, siempre dispuesta a propiciar cambios, había ido mucho más allá
de lo que pudiera soñar Belyájev: le había regalado toda una batería de fuegos artificiales evolutivos.
El profesor Belyájeb, con algunos de sus zorros. |
La conclusión que saqué es que la domesticación del zorro no
es tan complicada y no ha de pasar mucho tiempo para que esta inteligente
criatura pase a ser un animal extremadamente útil para el Hombre. Pero, hasta
que llegue ese momento, ¿cuántas personas pueden decir que han podido darle de
comer a un zorro salvaje con la mano?
2 comentarios:
Realmente es toda una experiencia...
Saludos
Así fue. Como siempre, gracias, Mark.
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