He leído Septimio de Ilíberis con el placer de
quien descubre un buen vino que ganará con los años. Como me dijo su autor, no
es una obra fácil. No puede serlo porque es singular; y ello por muchas
razones.
Todo es diferente en Septimio de Ilíberis. Para empezar, su
propio argumento, con un protagonista al que se le cae la cabeza como por
ensalmo, que emprende un viaje donde se topará con una serie de personajes no
menos extraordinarios que él. Con tales licencias el autor recrea un ambiente
netamente fantástico donde hasta las escenas más realistas parecen parte de un
sueño. A esto último contribuyen no poco las considerables dosis de poesía que
el autor inyecta a su obra desde que empieza a escribir. También resulta
singular la elección de la época, el siglo VI, en plena debacle romana, con los
inicios del dominio de los Visigodos. Se trata de un momento oscuro y son
escasas las noticias que se tienen de él. No renuncia el autor a intentar una
ambientación lo más eficaz posible, recreando una sociedad básicamente romana
todavía, muy influenciada por la santería y las supersticiones paganas, pese a
la progresiva implantación del cristianismo. Sin embargo, se equivoca quien
vaya buscando una de esas novelas históricas en boga.
La novela de Jorge
Fernández Bustos es algo más que eso, demuestra una prodigiosa voluntad de
estilo en pos de un mundo propio. Gracias a la influencia de muchos y diversos
autores, que deben rodar en su calabaza como bolas de un bombo (Joan Perucho, Álvaro
Cunqueiro, Italo Calvino, Umberto Eco, Cervantes, Machado, Virgilio….), el
escritor ha cuajado un trabajo excelente pese a marcarse importantes
exigencias. Como elegir el formato de novela bizantina, con tan mala fama; como
imponerse un estilo que exige mucho al lector, con largas frases subordinadas
obstruyendo a las principales, con enumeraciones (al estilo bizantino) ocupando
una o más páginas, con continuas referencias a animales, sobre todo aves y a
sus cualidades sobrenaturales, con la elección plenamente consciente de un
estilo difícil pero suelto, libre, osado nunca temeroso de ser rebelde. Esa nítida voluntad de estilo me
hace adivinar que el autor debe haber disfrutado escribiendo su libro y eso
siempre es bueno. Lo que no obsta para reconocer que no habrá sido fácil
fraguar una novela de casi 400 páginas (si se incluye el índice de lugares y
personajes).
Se podrían decir muchas más
cosas de esta gran novela de Jorge Fernández Bustos, pero será mejor que sean
nuevos lectores quienes descubran otras ocultas maravillas del país de Septimio de Ilíberis.
El autor, como diciendo ahí os va eso. |
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