Cuando se pregunta a un occidental qué sabe sobre
Corea suele referirse, con algunas excepciones, al conflicto que aún, después
de más de 60 años, enfrenta a Corea del Sur y Corea del Norte. Se hace eco así
el español (o europeo) común de las noticias más impactantes que sobre aquellos
dos países llegamos a conocer, los
esporádicos roces fronterizos, las amenazas del norte de empelar su poder
nuclear incluso contra Estados Unidos, etcétera. En suma, la visión que se
tiene en Occidente es sólo una parte de la historia reciente de estos dos
países que, en realidad, si lo pensamos bien son sólo uno, por más que se
hallen divididos.
Son sólo uno porque así lo sigue creyendo la inmensa
mayoría de los coreanos de uno y otro lado de la frontera. En realidad, si un
coreano habla de su nación, sea del norte o del sur, siempre habla de Corea en
singular. En mi visita a Corea pude comprobar como en el sur se ven mapas e
incluso banderas en sitios públicos donde no figura la frontera. Es lógico pensar
así, porque la reunificación seria no sólo una salida honrosa para ese país
sino también una válvula de escape en la geopolítica mundial. Para entender lo
primero buscaré un paralelismo que puede parecer arriesgado, como todas las
comparaciones, pero que considero válido.
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Nótese la coincidente longitud entre España y Corea a uno y otro extremo de Euroasia. |
¿Qué pasaría si algo similar
sucediese en España y de repente,
el país quedara dividido en dos por ese mismo paralelo 38 que también atraviesa
la península ibérica? Una división sería terrible y desgarrador para el país. Prácticamente
todos los españoles tendríamos familia a uno y otro lado. Eso es exactamente lo
que sucede en Corea. En cuanto a lo segundo, la distensión estaría asegurada en
Asia Nororiental, y por ende en el Mundo, con la reunificación. Por desgracia,
tal pretensión no depende sólo de los coreanos; debería ser antes sancionada
por los invasores. Estas potencias internacionales implicadas son sobre todo
China y Estados Unidos, principales valedores del Norte y el Sur
respectivamente, y Rusia y Japón como actores secundarios con intereses en uno
y otro país. Pero esa solución, que tan fácilmente podría alcanzarse con
verdadera voluntad política, no es posible. Para entender por qué hay que
remontarse al principio, a las raíces de este problema.
La actual etnia coreana puebla la península desde
hace miles de años cuando, se supone, este pueblo llegó desde algún lugar de
Asia, previsiblemente el este de Siberia. Sin embargo, hasta aproximadamente el
siglo IX de esta era no fraguó un reino coreano unido. En los mil años siguientes
Corea ha luchado a duras penas por su unidad, con periodos intermedios de
invasiones chinas, japonesas y manchúes; pero nunca había sufrido una partición
como la actual.
Ésta se produjo no por causa internas sino por la
injerencia internacional al final de la Segunda Guerra Mundial y es
consecuencia directa de la invasión japonesa sufrida por este país entre 1910 y
1945. Tras derrocar a la dinastía reinante, el Japón imperialista convirtió
Corea en un gran campo de prisioneros. Todo el país trabajaba para surtir a los
nipones de esclavos, alimentos y materias primas. Los coreanos sufrieron lo
indecible en ese brutal periodo: además de hambre y carencia absoluta de
derechos, se perpetraron sobre ellos actos palmarios de genocidio, experimentos
con nuevas armas, secuestros de niños y otras atrocidades todavía no
reconocidas por Japón.
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Soldados japoneses durante su atroz ocupación de Asia. |
Pese a ello, la población no dejó de hostigar a los japoneses
durante toda la ocupación. Grupos secretos, atentados y levantamientos
sacudieron de tanto en tanto al invasor. A grandes revueltas sucedían terribles
represalias que no impidieron que surgiera cada vez con más fuerza una
resistencia organizada de tintes socialistas. Pese a ello, el país resistió
esperando una salida con el final de la Segunda Guerra Mundial. Lo que no
suponían los coreanos es que la derrota japonesa no iba a terminar con su
esclavitud, sino derivar en una guerra civil con claras implicaciones
internacionales. En efecto, cuando el imperio nipón agonizaba, los rusos por el
norte y los norteamericanos por el sur iban a ocupar Corea de común acuerdo,
para encontrarse aproximadamente en mitad del país, sobre el paralelo 38.
Era el verdadero principio de la Guerra Fría. Ambas
potencias se repartían Corea en el tablero de la Conferencia de Yalta sin tener
para nada en cuenta los intereses de los propios coreanos. Así millones de
personas se convertían en moneda de cambio válida para establecer un precario
equilibrio entre las dos superpotencias que se iban a disputar el mundo en las
décadas siguientes.
Como sucedió en Alemania, fruto de esa “entente” el
país quedó partido en dos tras el final de la Gran Guerra, con la diferencia de
que Corea no había sido un enemigo de los aliados sino sólo un país ocupado. Frente
a lo que podría dictar la cordura, en esos momentos deberían haberse organizado
negociaciones para zanjar el asunto favor de los coreanos, víctimas de un
enemigo derrotado. Pero esa lógica parecía demasiado benevolente para figurar
en una agenda política. Por el contrario, las negociaciones para la
reunificación no fueron alentadas ni por las potencias invasoras ni por la
recién creada ONU. Por el contrario, se permitió el progresivo alejamiento
entre las dos partes, propiciada por la enemistad personal y las diferencias
ideológicas entre los gobernantes de los protectorados nacidos de la partición:
el anticomunista Syngman Rhi en el sur y Kim il-sung en el norte, iniciador de
la dinastía de autócratas aún en el poder en el norte. Ambos habían luchado
contra los japoneses y podrían haberse puesto perfectamente de acuerdo. En
lugar de eso, arrogándose al mismo tiempo del derecho a unificar por la fuerza
el país, caminaron decididos hacia la guerra civil.
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Dos huérfanos de guerra, junto al cadáver de su madre. |
No me quiero detener en la guerra, sólo diré que el
norte prendió la mecha, pero que podría haber empezado cualquiera; que desde el
primer momento el conflicto se internacionalizó y en él intervinieron los
soviéticos, primero, con apoyo logístico y, más tarde ya con tropas, los
norteamericanos y los chinos; que la guerra se llevó a más de dos y medio de
vidas humanas, la mayoría coreanos; que a Japón, y éste es un dato poco
conocido, lo que más le convenía era la partición para no tener un posible
enemigo fuerte muy cerca; que, finalmente, la matanza resultó inútil pues se
saldó de la peor manera posible: en tablas y llegar a la paz. En efecto, después
de más de sesenta años aún no se ha firmado ningún tratado de paz sino sólo un
armisticio. Hoy, el sur es un país próspero económicamente pero supeditado
militar y políticamente a los intereses norteamericanos. En el norte la
situación es mucho peor: dependen en todo de China; no podría ser de otra
manera ante el brutal bloqueo económico que padecen, orquestado por Estados
Unidos. Esa precaria situación deriva en frecuentes hambrunas de las que nada
se nos dice. El interés casi exclusivo de los focos es horadar la imagen de un
régimen totalitario, el de la dinastía Kim, totalmente a la conveniencia del
imperialismo norteamericano, a quien importa bien poco el sufrimiento de los más de 25 millones de norcoreanos.
Pero, nada o muy poco tuvo que ver la voluntad
popular con esta guerra y la partición que le sucedió. Sobre ésta última, las
encuestas en el Sur se siguen decantando a favor de la reunificación y no sería
de extrañar, a falta de datos, que en el norte se pensara de modo similar. Pero
esta inquietud popular no es tenida en cuenta por los responsables políticos,
que hacen poco o nada por fomentar el acercamiento mutuo, sino más bien lo
contrario. Sólo a finales del pasado siglo y comienzos del presente el
presidente de Corea del Sur, el socialdemócrata Kim Dae Jung, y su homólogo del
norte, Kim Jong-il, hijo del anterior dictador, mantuvieron un tímido
acercamiento que finalmente no fraguó. Apenas se lograron algunos intercambios
de personas, tibias inversiones del sur en el norte y la competición unificada
en algunos eventos deportivos, como los Juegos Olímpicos. A partir de 2003, la
situación no ha hecho más que empeorar. La llegada al poder de gobiernos
conservadores en el sur, muy afines a los USA, ha aumentado el alejamiento.
Tampoco el relevo de poder en el norte, con el ascenso del joven Kim Jong-un,
ha abierto el camino a la distensión.
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Kim Jong-un, nuevo líder norcoreano. |
Esta situación es nociva para ambos lados. En el sur
se ven forzados a aceptar intercambios mercantiles desfavorables, como cuando Estados
Unidos impuso la compra de una enorme partida de carne en malas condiciones, que
puso en riesgo la seguridad alimentaria de los surcoreanos. Para el norte, la
coyuntura es aún peor. De vez en cuando, grandes desastres humanitarios asolan
aquel país, ante lo cual la única ayuda enviada procede de asociaciones del sur
sostenidas exclusivamente por ciudadanos y empresas que conservan, pese a todo,
la esperanza de que algún día Corea recupere su unidad y sea por fin libre.