sábado, 25 de junio de 2016

El Brexit, ellos y nosotros


Fuente: http://www.postonline.co.uk

Brexit, esa nueva palabreja, es el tema estrella ahora mismo en los diarios y en las redes. La diversidad de opiniones se refleja, por ejemplo, en los contrastados enfoques de quienes aspiran a gobernarnos. Desde el "no pasa nada" de Rajoy genialmente insustancial como siempre y contradiciendo a todo el mundo), hasta la increíble postura de Pedro Sánchez (sin duda la más escandalosa), que aprovecha para cuestionar la legitimidad de un acto democrático (nos guste más o menos) como es un referéndum. Todo por recordarnos que con votar cada 4 años ya tenemos bastante. Y ahí está Rivera, dándoselas de niño bueno, con su doble moral de siempre, atacando el nacionalismo de otros pero regando con gasolina a todo el que no piense en términos del neoespañolismo que su formación lleva por bandera. La de Iglesias (todo ha ocurrido porque Europa no funciona bien) es la más cercana a mi propia visión, aunque desprenda ese tufillo paternalista que le es tan grato y a mí me repele.
Puntos de vista hay muchos, ya digo. Un inglés que vive en España se teme que el Brexit acabe con la vida que tanto le ha costado consolidar en España; una española en Londres se queja del aumento del odio al extranjero que le transmiten sus conocidos ingleses. Una xenofobia políticamente correcta, muy inglesa, pues la salvan a ella, pero no a sus compatriotas "que llegan para robar". Nada como apalear educadamente. Luego se habla también del rechazo de gran parte de escoceses y norirlandeses al Brexit, que podría devenir en una fractura capaz de hacer olvidar, para mal, el problema escocés, temporalmente arrumbado, precisamente con otro referéndum. Por cierto que resulta curioso que el 'no' escocés a la salida de Gran Bretaña apenas generase estupor o rechazo.
De lo que se ha hablado poco es de que el debate sobre la salida o permanencia en la Unión ha estado presente en la política del Reino Unido desde su ingreso en 1973 y tras muchas dudas, en la por entonces CEE. Aquella decisión fue tomada principalmente por razones meramente económicas, es decir interesadas. Y la acordó el gobierno británico de Downing Street, bien asesorado, como siempre, desde la sombra. Dos años después fue corroborada en referéndum pero para entonces ya estaba todo más o menos atado.
Estas contradicciones no han cesado con el tiempo, pero han arreciado con la irrupción del nacionalismo británico, que ha calado hondo, hay que reconocerlo. En épocas de grandes crisis es un clásico ver cómo la gente, alentada por los medios, por sutiles declaraciones de políticos y empresarios, por el miedo a lo desconocido y hasta por una extraordinaria capacidad de autoengaño, desvíe las causas de sus penurias de la política, la verdadera ciénaga, hacia el odio al diferente. O, en el caso de Gran Bretaña, hacia la europofobia.
Pero no todo el mundo transita por veredas tan bovinas. Otra posición sobre el Brexit es la de tantos y tantos británicos que, como nosotros mismos, han visto hundirse su nivel de vida y sus libertades, al tiempo que crecía vertiginosamente la desigualdad entre ricos (ahora muy ricos) y la clase media y baja. Esto ha sido especialmente patente desde la creación, a finales del siglo pasado, de la Unión Económica y Monetaria. Se me dirá que el Reino Unido no forma parte de ese pacto de caballeros feudales (no participa en el euro), pero, como miembro de la Unión, se ha visto indudablemente afectado. Esta postura de rechazo consciente y no visceral a la UE cabe interpretarla como respuesta a la mal gestionada construcción europea. Es difícil hoy por hoy sustraerse a la idea de que la UE se ha convertido en un gran pelotazo para unos pocos, muy pocos, difuminado ya ese bello sueño sobre Europa que dominaba las declaraciones pero no las acciones políticas.


Y es aquí donde el Brexit tiene conexión directa con nuestra realidad, la española y la europea en general. En el fondo, y ésta es una opinión muy personal, nosotros, España, como Italia o Grecia y casi todos menos Francia o Alemania, tendríamos serias razones para rechazar esta Europa de los supermercaderes (un respeto para los pequeños empresarios que son la base real de la economía). Porque no estaba pensada para la ciudadanía sino para evasores y especuladores, esos mismos que, según parece, generaron la crisis (más bien estafa), pero que han salido reforzado de ella, sin que nadie les replique.
Se me podría replicar que este argumento es falaz porque desde siempre a años de vacas gordas suceden otros de vacas flacas. Eso sería quedarse en la superficie, constatar sin analizar las verdaderas causas de esas crisis cíclicas. No es que Marx sea mi filósofo de cabecera (no soy comunista), pero su teoría de que son fruto de las contradicciones del sistema (de la falta de previsión, de la voracidad, del egoísmo consustancial a la ética capitalista...) es mucho más solida que ésa otra que se abre paso ahora como un bestseller del pensamiento acrítico: las crisis, y ésta más que ninguna, son fruto de la inconsciencia de las masas. En el caso de Europa, hay que culpar de esto, como de todo, a los europeos, a la gente, así en general, pero sin dirigentes. A poco que uno analice, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y nos ha poseído la anarquía consumista, hasta el punto de haber redivido las mieles venenosas de Sodoma y Gomorra. Y todo porque los respetables políticos han otorgado al rebaño demasiada libertad durante demasiado tiempo...etcétera.
Postura tan simplista y demagógica es propia, ya lo sabemos, de los políticos de turno y la defienden cada vez con menos pudor ciertos empresarios, esos mismos que ponen como ejemplo a la China (comunista) cuando les conviene. Eso es normal.
Lo que no lo es tanto es escuchar argumentos parecidos de boca de personas corrientes. Vale que tienen todo el derecho a llevar el cilicio que más les duela o a convertir en suyas éstas y otras manipulaciones, dignas de Goobles. Pero no olviden, empero, estos ciudadanos, émulos sin saberlo de Estajanov, que Europa no nos prestó miles de millones del fondo de compensación de forma desinteresada. Y que los gestores de aquel río de millones nunca fuimos nosotros. Nosotros sólo éramos los teóricos beneficiados, aunque no los principales. No fueron los ciudadanos de a pie los que inundaron España de rotondas y aeropuertos fantasma, de fastos sin fin (olimpiada, exposiciones...) que dejaban las arcas públicas exhaustas. ¿Quién hubiera osado cuestionar la administración de ese inmenso caudal a nuestros políticos, aún sospechando que se hinchaban los presupuestos? Eso hubiera sido dudar de la integridad que se presupone y de la que tan fácilmente alardea hasta el más insignificante representante electo. ¿Quién, caso de pedirlas, hubiera obtenido cuentas claras y limpias? Ni siquiera los prebostes de Bruselas.
Y a propósito de Bruselas. Ha quedado meridianamente claro, que la Unión Europea no era la hermanita de la caridad que se nos vendió tiempo atrás. Aquel dineral que nos llovió del norte no fue entregado de forma desinteresada. Hemos de devolverlo euro por euro y entre todos los contribuyentes. Y no a la UE sino a esos bancos alemanes y franceses que nos los prestaron con letra pequeña, orquestando así una maniobra genial que ponía en sus manos no empresas en quiebra sino países enteros.
Pero también hay leña para nosotros, los ciudadanos, como cómplices de esta situación. Complicidad antes, en los buenos tiempos, por la absoluta falta de interés sobre cómo se estaba administrando el bien común.Complicidad también ahora, por ponernos la venda para no querer ver tantos y tantos hechos gravísimos que nos afectan ya pero que están hipotecando nuestro futuro.
Ya sé, ya sé: está muy mal destrozarlo todo sin ofrecer soluciones. Yo tengo algunas basadas en un simple pero meridiano principio: el poder se vuelve tanto más peligroso cuanto más se acumula. Y la clave para contrarrestar eso es la participación ciudadana activa y responsable en todos los frentes. Al repartir y poner en vigilancia continua y extrema al poder, gobernar o legislar serían verdaderos honores y no vías de enriquecimiento ilícito, como ahora. Dicho de un modo más sencillo, no podemos entregar así como así nuestro destino a nadie sin exigirle garantías de probidad absoluta. Y esas garantías las hemos de definir entre todos y, una vez delimitadas, vigilar sin descanso para que se cumplan.
¿Una solución ingenua? Hasta cierto punto, porque nunca se han probado o mejor sería decir nunca se ha permitido prosperar soluciones como ésta, que en determinados momentos han llegado a germinar brevemente, pero que han acabado machacadas por quienes no confían en más poder que el omnímodo, tanto desde la izquierda como desde la derecha. Pero. incluso si admitimos que repartir el poder y por tanto el gobierno es una solución irreal y por ende irrealizable, ¿no es menos real pensar que el cesto de manzanas podridas que es la política será capaz de regenerarse por sí mismo alguna vez? ¿O que, como decía Voltaire, en su Cándido, vivimos en el mejor de los mundos posible porque así lo quiere Dios (en este caso los políticos)?.




jueves, 23 de junio de 2016

Presentación de "Otros cuentos de la Alhambra"




Por fin presenté mi libro, casi al tiempo que entraba el verano, y rodeado de dos ángeles de apellidos Moyano y Fábregas. Muy adecuado teniendo en cuenta mi nombre. Fue en el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada, una sala pequeña pero ideal. Es conocido el eclecticismo del Centro, que mantiene las puertas abiertas a todo tipo de actos e incluso a personajes como yo.
El acto resultó más cálido de lo que pensaba, porque la sala, no demasiado grande, desde luego, se llenó por completo. Había familiares, amigos (algunos escritores) y personas simplemente desconocidas pero sin duda interesadas, como Miguel Castillo, un incansable investigador que ha publicado esta crónica en su magnífico blog Legado Nazarí.
Debo aclarar en primer lugar que, tras una breve crónica del acto, añadiré las intervenciones de Ángel Fábregas y la mía. 

Ángel Moyano durante su intervención. Foto.Alberto Granados.
Para empezar, el editor de Port Royal nos presentó a Ángel Fábregas y a mí. Pocos saben que él y yo somos amigos desde hace años, lo que se tradujo en una especial complicidad que sólo logra el apego y aprecio mutuo que dan las largas conversaciones.

Éste glosó mi obra con gran acierto y algunas apreciaciones que yo mismo ignoraba, pero que demuestran la gran agudeza de Ángel. Por ejemplo, que existe una clara diferencia entre los primeros relatos, más históricos y sesudos, y los últimos, más genuinamente literarios y despegados de los datos, por decirlo de alguna manera.
Por fin, yo terminé hablando del origen de la obra y de su proceso de escritura, un periplo vital que abarca casi 35 años, desde que comencé a estudiar Semíticas en la Universidad hasta la publicación del libro, que surgió así de forma natural. 
Para continuar, se proyectó el boktrailer del libro, que se puede ver a continuación:



Y ya para concluir, se dio paso al turno de palabra, donde hablamos, principalmente, de Leopoldo Torres Balbás, una persona clave para la historia de Granada y la conservación de la Alhambra, pese a lo cual apenas ha sido reconocido.

Firmando un libro y acompañado de mi sobrina Masuma, autora de la acuarela de portada. Parecemos un sordo escritor con su intérprete.  Foto: Alberto Granados.
A continuación, reproduzco la intervención de Ángel Fábregas:
Ángel Fábregas glosa el libro. Foto. Alberto Granados.
El título de la obra de Jesús Cano evoca inevitablemente los “ Cuentos de la Alhambra” de W.I. Es esa la primera referencia que nos sugiere casi de una forma obvia ; sin embargo su obra dista de ser secuela, glosa o legado de la del autor norteamericano. La entidad de sus historias es independiente, tanto en carácter como en propósito , y dista del orientalismo romántico de ese autor.
Desde un profundo conocimiento del monumento, de su fisonomía, su historia y anecdotario, Jesús penetra la atmósfera alhambreña , nos conduce a sus estancias de mármol y mocárabes , a los bellísimos jardines, que en el imaginario colectivo universal encarnan uno de los arquetipos del goce de los sentidos , y asistimos al despliegue de la imaginación, al mágico ensalmo de la palabra, a la liturgia íntima , siempre nueva y distinta, del autor con cada lector.
Los siglos se suceden encadenados en sus relatos, desde el XIII hasta el XXI, con protagonistas humanos o incluso objetuales, como la acequia real, y en su secuencia se desgrana nuestra historia, musulmana y cristiana, renacentista y romántica, desde los entresijos de una mitología personal y un subjetivo emocional  vinculado profundamente a “la Roja” y a su entorno ( quizá en este contexto de la Eurocopa de fútbol, debiera referirme a la Alhambra como “ la bermeja”, para evitar confusiones indeseadas).
Soslayando el indudable valor didáctico de la obra – el autor comparte dichosamente su prolijo conocimiento con el lector – , es su valor literario, la pura fabulación, los que adquieren carta de naturaleza a lo largo de los cuentos, experimentando, en mi opinión, una creciente intensidad, un vuelo paulatinamente más ligero en el que la Alhambra no deja de ser protagonista, aunque cede su preponderancia en la atención del lector a las criaturas que pueblan los relatos de Jesús, aun permaneciendo como “leiv motiv” o telón de fondo.
Si bien los cuentos son legibles perfectamente de forma salpicada e independiente, estimo que se aprecia un crescendo emocional en el desarrollo de los personajes- algunos reales y otros imaginarios- que dota a la lectura de la obra de interés capítulo a capítulo, en una sucesión de imágenes que nos cautivan y transfiguran la idea previa que poseíamos del paisaje, enriqueciendo nuestra percepción y nuestra fantasía.
En los primeros capítulos , se suceden las peripecias de personajes históricos importantes en el devenir de la Alhambra y de Granada en el periodo nazarí, convulsos  vaivenes políticos reflejados en episodios como la partida de ajedrez entre el futuro monarca Yusuf III y su carcelero en Salobreña, que se narra en el cuento referente al siglo XIV, de resonancias tan bergmanianas.
 Y aquellos personajes que fueron reales, se alternan con otros netamente producidos por la imaginación de Jesús, como el judío Ezra, contemporáneo de la conquista de Granada, que es evocada como el punto de inflexión que efectivamente fue para la historia de la ciudad, en el inicio de su devenir cristiano unida a Castilla y a otros reinos peninsulares en el germen de lo español, que en opinión de algunos supuso el comienzo de su decadencia; la controversia histórica e ideológica al respecto aún pervive actualmente.  
Y la ficción vuelve a entreverarse con la realidad en la siguiente elipsis temporal en el siglo XVI, llevándonos a un episodio tan dramático, tan emocional, y tan extraordinario como la gestación de los libros plúmbeos, suceso que hasta su desenlace final superó posiblemente cualquier expectativa de la imaginación por lo asombroso de sus circunstancias, que han motivado una abultada historiografía y una también crecida literatura a lo largo del tiempo.
En mi opinión, la energía fabuladora, el carácter genuinamente literario, se manifiesta equilibradamente en los relatos netamente ficticios tanto como en los que tienen un fondo real; Jesús hace de la realidad ficción y viceversa, amalgamando ambos planos en simbiosis vital, de forma tan indiscernible como a veces se manifiestan en la propia existencia.
Avanzando los siglos, ya en el XVII, asistimos a la admirable historia de la esclava negra habitante de la ciudadela y de la peripecia que la conduce hasta las Indias, relato este de calado hondo por el desarrollo psicológico de los personajes y de sus pasiones, en el que se entretejen los géneros del cuento y la novela, escorándose la historia más bien a este último en su versión corta.  
 En los albores del siglo XIX , llega la invasión francesa que ocupó la península , y Granada concretamente durante dos años. En ese marco, el autor da vida a uno de los personajes más sugestivos del libro, el soldado galo que troca el fusil por la azada para cultivar la tierra de las huertas del convento de San Francisco en una huida reflexiva y estética del mundo.
Este estimulante cuento, nos revela la Alhambra como reducto arcano, como escondite remoto del espíritu, lejano a los fragores de los hombres, íntima fuente de vida interior que fluye como el agua de sus acequias, que en la Alhambra son arterias que conducen una savia esencial, el sustento de un gozo hondo como los manantiales de los que brota. 
 En el mismo siglo XIX, tan proclive a lo exótico y a lo sanguíneo , El imaginario mítico del autor aflora pleno en la recreación de un personaje recurrente en su escritura, como es el caso de Lola Montez.
Esta mujer fuerte y libre, épitome del romanticismo, protagoniza otro cuento sobre el espíritu de esa época arrebatada de tormentas interiores, introduciéndonos con ella en aquella Granada tan glosada por renombradas plumas europeas como Dumas , Gautier o Ford;  o evocada por dibujantes y grabadores como Doré; sus arquetipos laten en la atmósfera de este relato.
 Me referiré ahora a una cuestión, en mi opinión, singularmente remarcable de la obra;  en estos cuentos, no solo hay espacio para la recreación histórica, la ensoñación o la aventura.  El autor da también cabida a la reflexión sobre los entresijos de nuestro carácter, ese sustrato íntimo tan controvertido, a veces tan agrio, y utilizo este adjetivo por no ser excesivamente duro en mi juicio. La recreación de determinados hechos en torno a la restauración de la Alhambra en los años veinte, sirve al autor para esbozar un apunte amargo sobre la vertiente más umbría de Granada.
Es esta línea fluye el gran relato sobre Leopoldo Torres Balbás, arquitecto conservador de la Alhambra en esos años y artífice de su brillante recuperación tal y como la conocemos, sin duda una de las mentes preclaras de la ciudad en el último siglo ; en él se evoca la triste mezquindad que a veces ha caracterizado a la ciudad, y que por desgracia derivó algunos años después, en hechos trágicos de sobra conocidos ; esa Granada de miras cicateras y  apego al terruño que no consigue ser desterrada tampoco hoy  por otra de sensibilidad abierta y vuelo largo .
Sin embargo, el autor no solo abunda en la crítica sombría de la ciudad; también la hay jocosa en relación a su costumbrismo , tan bien reflejado en el cuento del siglo XIX cuya protagonista es Lola Montez . El sentido del humor sin inhibiciones de Jesús produce en este relato jugosos frutos y a esta cita me remito:  P.174.
 Y como colofón, me referiré a la ficción del siglo XXI encarnada en la figura de un outsider, un triste marginado de otro país que pretende acabar con su vida en un lugar que, paradójicamente, es canto permanente e intenso a ella desde el fondo de sus estanques hasta los techos estrellados de sus estancias. En este cuento con espectro incluido, en el que este puede simbolizar la lucha de contrarios de cualquier espíritu en cualquier tiempo, la desazón y el desastre en ciernes del protagonista, culminan finalmente en un amanecer que simboliza la renovación de la existencia, el ave fénix que habita en cualquiera de nosotros y que en los momentos críticos nos impulsa de nuevo hacia la vida.  
En definitiva, yo les recomiendo la lectura y el goce de este libro, apelando a ese rasgo tan propio de nuestro carácter heredado del oriente, cual es la vocación contemplativa. Tal actitud, en ocasiones tan inerte y negativa para el crecimiento, adquiere en Granada tintes admirables en la hondura estética para la que muchos de sus habitantes están dotados de manera indudable a lo largo de los tiempos.
Siéntense con este libro, a ser posible en una de esas tardes de primavera u otoño indescriptiblemente bellas de nuestra ciudad, frente a cualquiera de sus paisajes, o si les es posible frente a la propia Alhambra, abran sus páginas y buceen en su imaginación con la ayuda del impulso creativo de Jesús Cano. Su espíritu les quedará sumamente agradecido.

Momento de mi intervención. Foto: Miguel Castillo.
Y, ya para finalizar, aquí están mis palabras:

Lo primero que quiero es agradecer a todos los presentes que hayan venido. Primer día de verano, buen tiempo, las calles a rebosar… y, lo más importante….hay fútbol. Sois mis héroes…. Tranquilos, que el fútbol empieza a las 9.Gracias al Centro Artístico por acogernos tan generosamente. Y, por supuesto, muy agradecido a mis dos acompañantes, por sus, como poco, buenas palabras…. Si es que, aunque sin alas, son dos ángeles….
(Ángel F. Me susurra algo)- Ángel me recuerda que yo soy Jesús.Y, por fin, para empezar diré que yo no he venido aquí a hablar de mi libro….  Sólo hablaré de cómo nació con insólita facilidad para lo que son este tipo de partos. Y ha sido fácil, primero, por la celeridad y el interés de Ángel Moyano a la hora de publicarlo. Y después, porque este libro, inopinadamente, se ha convertido en un reflejo de mi propia vida. O, lo que es lo mismo, de mi  larga relación con la cultura y la historia andalusíes. Y más concretamente con la Alhambra.Algunos que me conocen saben que yo estudié Semíticas en la Universidad de Granada y pensarán que con esa carrera estaba predestinado a, digamos,  conocerla íntimamente. Eso no fue así exactamente.
Para mí, el arabismo fue sólo una vocación a medias y también, ahora lo comprendo, una intromisión del Destino. ¿Por qué digo esto? Porque mi auténtica vocación era el periodismo y debía haber estudiado en Madrid. Si hubiera hecho esa carrera y ejercido de periodista desde el principio, posiblemente mi visión de la Alhambra sería tan liviana como la de cualquiera que visitase Granada como turista.
Pero recalé al final aquí y, cuando llegué, en 1981 me topé con una Universidad todavía agarrotada  por la herrumbre del franquismo y con un departamento de Semíticas anclado en puertos decimonónicos. Tanto es así, que apenas se nos decía nada de la Alhambra. Sí, estaba muy cerca pero como si no existiese. Hubiera sido lógico que el departamento organizase una visita guiada al monumento, porque, como he sabido después, es un perfecto resumen del arte andalusí. Pero no, tuve que ir por mi cuenta y, en esas visitas, me resultó un lugar demasiado frío y, por tanto, hasta cierto punto decepcionante.
Así las cosas, cuando terminé milagrosamente mis estudios no tenía el mínimo interés por ser arabista. En cambio, recordé mi antigua vocación y decidí labrarme una carrera de periodista.
Tirar al monte, como las cabras, en mi caso ser periodista sin título, no fue una decisión muy inteligente y pasé  unos cuantos años muy duros. Pero aún así, con los trabajitos que me salían y los libros que iba publicando, era pobre, sí, pero más o menos feliz, como cualquier insensato que se precie.Estaba ya a punto de emigrar a Londres cuando, casi de carambola, supe que estaban buscando un corrector en la Alhambra. Fue aquí verdaderamente donde comenzó todo. Pude así conocer de primera mano algunas claves de las investigaciones más punteras o los procesos de restauración y mantenimiento de tan complejo organismo. Supe de la labor del gran restaurador Torres Balbás, al que dedico en este libro un cuento que se titula, no en vano, El hombre que salvó la Alhambra. Gracias al estudio de las piezas del Museo que estaba por inaugurarse en 1995, pude llegar a imaginar a la ciudadela habitada y revestida de tapices y muebles. Me asombró saber que la Alhambra, llena de trampas y vías secretas de escape, estaba más concebida para defenderse de un enemigo interior que de cualquier ejército. Y, lo más gratificante de todo: gracias a un carnet de investigador (de los de antes) me era posible visitarla (gratis) a cualquier hora y en toda estación. De hecho, sin aquel indescriptible banquete de sensaciones la atmósfera de este libro no hubiera sido posible. Ese era sin duda el mejor de los privilegios que me daba ser “corregidor” de la Alhambra.Pero en el otoño de 1996 algo me alejó abruptamente de ese mundo recién descubierto. Por fin, tras años de esfuerzo, vi cumplido mi anhelo de convertirme en periodista profesional. Para ello debía dejar Granada e ir a  Jaén.Resultó una experiencia decepcionante. Era un trabajo agotador y opresivo que me empujó a dejar el periódico a los dos años. Quizás lo mejor de aquella época fue que comencé a escribir mi primera novela, buena parte de la cual, por cierto, transcurría en la Alhambra. Aunque por entonces no lo sabía todavía, comenzaba a fraguarse ese invisible vínculo con el monumento que al fin me ha traído hasta aquí.Pero lo mejor estaba por llegar. A poco de despedirme a la francesa del periódico,  encontré el que parecía ser el curro de mis sueños: guionista de la serie El legado andalusí para Canal Sur. Aquel golpe de suerte llegó casi de carambola. De pronto, el venero que había brotado en mi etapa de corrector de la Alhambra, remanó con fiereza, como en un año de grandes lluvias.  ¡Debía leer tantos libros!: Historia, ciencia, música y poesía, arte, vida cotidiana, agricultura, urbanismo, fortificaciones.. Me empapé también de esa visión romántica de al Andalus que tanta fortuna ha hecho. Pero lo más edificante y agradecido fueron, de nuevo, mis visitas al monumento, esta vez junto al equipo de grabación y en busca de la Alhambra más arcana y también más interesante. Me explico. Hay ciertos detalles que ayudan a comprender por qué la Alhambra, siendo increíblemente frágil, es tan resistente al mismo tiempo. Pese a estar armado básicamente con palos, tierra y ladrillo (más algo de mármol) y decorada con armaduras de cerámica, madera y yeso, ha sobrevivido a expolios sin fin, incendios, explosiones y terremotos. Todo gracias a esa tierra roja que la compacta milagrosamente, la misma en la que hunde sus raíces. También me apercibí de que la esencia de la Alhambra no descansa tanto el fulgor de sus palacios como en una calculada simbiosis entre agua, vegetación y arquitectura. Digo calculada y digo bien, porque las matemáticas están por todos lados.Pero para que podáis entender bien la fascinación que por entonces sentía, pondré un ejemplo más concreto. En una de mis visitas un carpintero que restauraba una armadura de madera me abrió un ventanuco al pasado. Me mostró que los carpinteros nazaríes, a falta de papel, realizaban sus esbozos o sus cálculos matemáticos en el envés de las piezas que componen las armaduras. Tras una de esas piezas alguien dibujó una cabeza de caballo, osado entretenimiento, por cierto, para un musulmán, aunque tal vez no tanto si era andalusí.Pero aquel trabajo duró poco (algo habitual en televisión) y hube de buscar otro que nada tenía que ver con la Alhambra. Este nuevo empleo, de guionista de un programa del Canal Sur 2, me duró casi 12 años, pero terminó en julio de 2012 cuando la Junta cogió la tijera y suprimió, como ya sabéis, la cadena para la que trabajaba.
Estaba en la calle y esta vez sin perspectivas de reengancharme. Todo el mundo sabe que los medios de comunicación han sido uno de los sectores más castigados por la crisis. Para no anquilosarme, me metí, cómo siempre, en camisas de once varas. Esto es, en la edición de libros. De libros digitales, nada menos. La cosa no fue nada bien, tal vez porque los libros digitales, hasta que alguien invente algo mejor, son sólo un pobre reflejo de los de papel, éstos sí maravillosos artilugios. Pero eso sí: pude recuperar mi pasión por la Alhambra al enfangarme en un ambicioso proyecto editorial: una guía interactiva del monumento que pretendíamos ofrecer al Patronato.
Tras varios meses de trabajo, la guía se demostró inviable, pero el esfuerzo no iba a resultar inútil. Mi nuevo acercamiento, más consciente y sistemático, me brindó nuevas claves y llenó mi cabeza de ideas y sensaciones que debía aprovechar con cualquier otro proyecto. Fue entonces cuando apareció en mi mente este libro de cuentos, la culminación a tantos años de fascinación por la ciudadela roja, a la que, de hecho, ya había dedicado varios cuentos antes.
Siempre había deseado hacer un libro de relatos que viajase por la Historia, que ensartase los siglos, una obra no rigurosa (eso es cosa de la historia) pero sí reveladora, con argumentos y escenarios poco o nada habituales; con protagonistas desconocidos e incluso anónimos. Una obra, en suma, acorde con la visión que yo tenía del Mundo. Pero carecía de una semilla, de un sujeto histórico con el que germinase esa proposición. La ubérrima Alhambra me brindó esa oportunidad.
Me puse manos a la obra y convine para mí que 12 era el número perfecto de relatos. Elaboré un esquema que atravesaba los siglos y coloqué en él los cuentos de los que ya disponía. En los huecos que quedaban, volqué las ideas que se me iban ocurriendo, que fueron variando con el proceso de escritura. Así, en algo más de ocho meses había finalizado el libro con pasmosa facilidad. Toda una proeza para un escritor que, como yo, se lo toma con calma. Influyó mucho tener una idea meridiana de cómo hacerlo. Y también el acierto de aprovechar la información fresca de que disponía antes de que se perdiese en las entrañas del cerebro.Como es lógico, unos cuentos nacieron más fácilmente que otros. A este respecto, viene bien referirse a lo que decía antes Ángel Fábregas: la notoria diferencia entre los primeros relatos, más históricos y didácticos, y los últimos, más genuinamente literarios y puede que más modernos. Esa aguda observación de Ángel me ha hecho reflexionar y hasta encontrar una posible explicación. Y ésta puede ser que, paradójicamente, existe mucha más información de la época nazarí que de la cristiana, pese a quedar aquélla más lejana. No tuve demasiado problemas para ambientar los relatos de época árabe. En cambio, la ausencia de datos de la etapa cristiana me obligó y al tiempo me permitió escoger más libremente los temas y desarrollar atmósferas más personales.
No quiero dejar de referirme a la magnífica acuarela que sirve de portada a  esta obra, de la que es autora mi sobrina Masuma (aquí presente). Fue una feliz casualidad que eligiéramos como tema el jarrón de las gacelas. Digo esto porque, aparte de una enorme obra de arte, el jarrón es una vasija, un contenedor, una alegoría, en suma, de este libro, donde caben muchas cosas.Otra cuestión que no quiero olvidar, ya para concluir, es la del título. Alguien podría pensar, lógicamente, que el que escogí guarda una sospechosa similitud con la archiconocida obra de Washington Irving. Es cierto, no encontré un título mejor y, sinceramente, no tengo nada que reprocharme.
Si yo he bebido de esa fuente inagotable de impresiones que es la Alhambra, como antes lo hizo el mismo Irving, lo he hecho a mi modo, como bien ha señalado antes Ángel Fábregas. Como lo hicieron antes y lo harán después otros muchos literatos y artistas que se han sentido conmovidos, seducidos, inspirados al fin por un paisaje capaz de materializar todos los sueños.
 Muchas gracias. Bueno, y ahora, antes de terminar, vamos a proyectar el vídeo presentación del libro (también llamado booktrailer), tras de lo cual contestaremos encantados a cuantas preguntas se os ocurran.


Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...