jueves, 19 de marzo de 2015

Flores y cerveza

Fuente: http://www.floristeriaivars.es/tw_content/galerias/IV69C-83/foto1.jpg
Hoy ha sido un día raro, que comenzó con una mala noche semi insomne, típica de estas fechas de cambio horario. Pero debíamos, mi esposa y yo, atender un asunto urgente que tiene que ver con el comienzo de un nuevo negocio. No diré más de este tema salvo que rondará en torno al turismo. Sí, hemos decidido reinventarnos de nuevo para así mejor sobrevivir. Nadie, salvo nosotros mismos, nos va a sacar de la incertidumbre que supuran estos tiempos. La recuperación no llegará si esperamos que las estadísticas del gobierno se materialicen en algo tangible.
Pues bien, al volver de ese asunto importante, nos hemos parado en un vivero. Queríamos comprar alguna maceta y ciertos productos fitosanitarios (qué mal suena, lo sé, pero es su puñetero nombre) para poner guapo al jardín y que reciba lo mejor posible la gran implosión de vida que le regala la primavera. Vamos, que es lo que toca cuando se tiene un jardín. Hemos comprado una hortensia, una lavanda y una margarita blanca de toda la vida.
Después de la comida, no sé por qué, se me colaron unas cuantas avispas en el cerebro, cuestión que, cuando aparece, suelo solventar con una siesta bien medida (20 o 30 minutos); sin embargo, esta vez he desechado el catre y me he dirigido al patio, a disfrutar de mis macetas para olvidar (es mejor que el whisky). Lo primero, me he dispuesto a trasplantar las nuevas, a revisar las antiguas y a administrarles, en el mejor momento posible, un tratamiento preventivo antiplagas. Aparte de alguna pócima ecológica contra los insectos (jugo de ortiga y ajo, en concreto), le he chutado a la planta de adelfa una buena dosis de hierro (también a otras plantas que veía algo decaídas). Por último, he rociado todo el planterío con azufre, mineral del Averno que sirve para prevenir lo mismo plagas de insectos que hongos.
¿Por qué cuento todo esto? Quizás porque no tengo otra cosa mejor que hacer (estudiar inglés online no es una opción muy divertida). Y porque tengo en la jardinería un pequeño placer que me saca a veces de las zozobras mentales en que caigo al pensar que va para tres años que perdí el empleo, o al escuchar las noticias de los medios de manipulación masiva, o al ver en el facebook las colas de hambrientos, o tras comprobar cuán apáticos nos mostramos ante la grave situación que padecemos mientras unos pocos se hacen más ricos. 
Sí, las plantas de mi patio no hablan pero, como seres vivos que son, me transmiten algo. Y ese algo me consuela. Si se supera su impávida apostura de seres distantes, se descubre una inocencia primigenia, una sencilla grandeza a la que los humanos jamás podremos aspirar. Snif...
Sí, damas y caballeros, la jardinería ofrece a los sentidos toda una sinfonía de colores, olores y hasta sabores, por supuesto es un regalo para la vista y si no oímos a las plantas es porque están, indudablemente, en otra onda. Este inocente entretenimiento, por otro lado, apenas cuesta dinero y tampoco exige mucho tiempo. Aunque sí se necesita tener la suficiente experiencia para dedicar a cada planta sus mimos particulares. Unas, como la hortensia, son caprichosas, no les gusta el interior pero, en cambio, les duele la mínima luz solar, de modo que están destinadas a un rincón umbrío en exterior; otras en cambio, se pirran por el sol y sus delicadas raíces piden poca agua, como el nomeolvides, de preciosas florecitas azules. Luego están las todoterreno que se adaptan a cualquier condición y pueden soportar lo mismo heladas que calor sofocante. Es el caso de los geranios, tan agradecidos que puedes duplicarlos tan sólo con hincar en la tierra un tallo (lo suyo es hacerlo en estas fechas); también muy resistente es la hiedra, ese alien de mil brazos. Aunque pocas plantas requieren tan escasos cuidados como los cactus, igualmente fácilmente clonables y que ofrecen delicadas flores por esta época. Dentro de esta grupo de niñas buenas, está mi planta favorita, la de los pensamientos: sus flores, casi orquídeas, son tan bonitas como su nombre y fructifican casi todo el año. Además, no exige mucha agua pero si viene un temporal sus raíces soportan estoicamente el aguacero. Y siempre se la ve ufana, espléndida en su belleza fractal. Sí, las plantas sufren o disfrutan, se muestran exhultantes o decaídas, palidecen lo mismo que pueden mostrarse tan sonrojadas como los mofletes de un bebé. Sienten, en suma, y lo demuestran, cualquiera puede comprobarlo si se fija atentamente. Yo, a falta de hijos, cuido de ellas como si fueran extraños retoños. Salvando las muchas distancias, a ellas también se les sacará adelante prestándoles la debida atención, estando ahí justo en el momento que te necesitan, nunca antes o después.


Mi esposa, una margarita más.

Pero, el titular de esta pócima verbal hablaba de flores y CERVEZA. La razón es que, guiado por mi más primario instinto, al acabar con el jardín me he administrado a mí mismo un tratamiento de cerveza en envase de vidrio con el sensato fin de matar los gérmenes del estómago, que haberlos haylos. Otro placer de sibarita pobre. Bendigo a quien inventó el quinto, pero más a quien tuvo la feliz idea, no hace tanto, de sacar el cuarto (25 cl.). Ese genio fue capaz de establecer el número pi de los botellines, por más que antes a nadie se le hubiera ocurrido. El cuarto de cerveza es perfecto tanto en su unidad como en su duplicidad, estado al que no puede aspirar el quinto, demasiado corto siempre. Y, qué decir del tercio, que se me suele quedar lo mismo corto que largo. Y las pintas inglesas tienen eso, que son inglesas y no hay quien las entienda.


No se si me explico...
Por otro lado, y no menos importante en este asunto, está el dilema universal de si sabe mejor la cerveza en lata o en vidrio, en lo cual, definitivamente, no hay color. En lata se me antoja vulgar, con esa chabacanería que tan a menudo trae el mundo cuando llega demasiado acelerado; en cambio, en cristal, rubia y bien fría es bebida de dioses y seguro que Zeus, de conocer el botellín, lo hubiera introducido en el refectorio del Olimpo como la nueva ambrosía. En resumen, no se le hace ascos a una lata, pero no es igual. Es como  comparar el vinilo y el CD: dónde va a parar. Yo amo los discos, con sus ralladuras y todo, me suenan todavía a gloria; y no son obsolescencia programada. En esto, como en tantos asuntos, el progreso atrasa.
Dichas estas chorradas, sin la más mínima intención salvo desahogarmeme dispongo a rematar esta tarde estupenda de placeres baratos con un cigarrillo de perejil especial que creció en su día en mi jardín. Que me disculpe el lector.

viernes, 13 de marzo de 2015

Gastronomía coreana: Díme lo que comes y te diré quién eres

La gastronomía identifica a los pueblos, modela su idiosincrasia y hasta sus pasiones. Y, sobre todo, va de la mano de su devenir histórico. Con permiso de los patriotas recalcitrantes, no me cabe duda de que un buen plato, como el gazpacho, es más representativo del carácter andaluz que cualquier bandera o delirio nacionalista.

Fuente: www.pinterest.com
En el caso de Corea, esto es especialmente cierto. Tengo experiencia con coreanos llegados a España que no pueden renunciar a seguir disfrutando en el extranjero de su deliciosa y, al mismo tiempo, saludable comida. Esto puede parecer absurdo en alguien que viaja en busca de nuevas experiencias; sin embargo no les faltan razones para enrocarse así, porque la sienten como una extensión de sí mismos.

Mi primer acercamiento a este nuevo mundo se produjo en Corea, al ponerme a la mesa en un restaurante coreano, uno de los tantos que sirven comida excelente, abundante y muy barata. Sentados en mesas bajas a la oriental, se nos servía arroz y sopa de algas como platos "personales", mientras, a lo largo y ancho de la mesa bullían varias decenas de pequeños platos comunes de los que cada cual se servía a su gusto. Esto permitía a los comensales alternar distintos sabores: lo mismo pescado a la brasa o carne estofada que hojas silvestres aliñadas con salsa picante, sabrosa sopa con fideos de arroz (ramien) o el popular kimchi (verdura fermentada), casi todo con altas dosis de picante. Así, la explosión de sabores y olores en mi paladar era incesante sin que ningún matiz concreto se adueñara de él. Al tiempo, estaba beneficiándome de una restauración tan saludable como la cocina mediterránea pero bastante más variada,  con no pocos alimentos fermentados, esa maravilla para la salud.

La sopa y el arroz es para cada uno, el resto son platos comunes. Fuente:spanish.visitkorea.or.kr
El argumento antedicho de que la gastronomía define meridianamante a los pueblos se constata en el atavismo de compartir todo menos el arroz y la sopa, un trasunto del carácter de los coreanos, mucho más cohesionados socialmente que cualquier pueblo occidental, mucho más apegados que los europeos al ritual de compartir confidencias, bromas y hasta tragedias sin pudor. Esa cohesión les viene de vivir en el país más confuciano del Mundo y, por tanto, en el que más se respeta el orden social y las costumbres establecidas, axioma social que también embebe a la gastronomía.
La tradición gastronómica coreana puede explicarse en parte a partir de su agitada historia. Corea es, como España, una península estratégicamente situada entre dos grandes potencias, China y Japón. Ya sea por intercambios culturales o comerciales o, con mayor frecuencia, por no pocas invasiones, ambas naciones han tendido a encontrarse en Corea, que se ha convertido de este modo en crisol de influencias; a la inversa y, de forma lógica, chinos y japoneses se han embebido de ciertos aspectos del país invadido. Quizás otro día me extienda en este punto, ahora de momento, pondré algún ejemplo de lo que quiero decir. 
Mi esposa asegura que la gran variedad de verduras silvestres presentes en la gastronomía de su país se puede explicar a partir de razones históricas concretas. Todas las invasiones desatan gran penuria para el pueblo sojuzgado, que es esclavizado y saqueado para alimentar a la armada invasora. Pero las grandes adversidades suelen espolear el ingenio, tal como ocurrió en Corea. Una y otra vez, las invasiones obligaron a los famélicos campesinos a descubrir las virtudes de cientos de plantas que antes no consumían y que pasarían, de esta guisa, a formar parte de su poco escrupuloso menú. Así, yendo por el campo, aquí en España, no es extraño que mi esposa se detenga ante alguna lechuga o berza silvestre y me señale que sus humildes hojas o tal vez su raíz forman parte de tal o cual delicioso plato coreano. La necesidad de comer cualquier cosa en tiempos de guerra ha llevado a la mesa igualmente la carne de perro. Sin embargo, por más que éste sea uno de esos datos por el que muchos identifican a los coreanos (con cierta repugnancia) no se trata de una costumbre asentada y es casi imposible encontrar a mano este ingrediente en el mercado, aunque sí existen restaurantes que lo ofrecen como plato exótico incluso para los coreanos.
Otro ejemplo que revela una implicación directa entre la gastronomía y la historia coreanas tiene que ver con uno de los ingredientes básicos de la cocina coreana: el cochu caru o polvo de guindilla. Mi esposa me cuenta que ese aderezo no existía antes de finales del siglo XVI. En esa época, al dictador Hideyoshi, que acaba de reunificar y pacificar Japón, le pareció oportuno engrandecerse aún más con la conquista de China. Para ello antes era necesario apoderarse del puente entre ambas naciones: Corea. 

El feroz Hideyoshi. Fuente: http://www.jujitsustudies.com/
Una de las estrategias que emplearon los nipones contra los coreanos en aquella ofensiva fue lanzar desde los barcos con catapultas grandes cantidades de guindilla molida. No resultó una táctica demasiado acertada (como en general la fallida ofensiva) y, además, los coreanos hasta agradecieron aquella niñería, aprovechando aquel polvo urticante para abonanzar sus comidas y, con el tiempo, convertirlo en ingrediente básico de numerosos platos. 
Sin dejar de hablar de picante, resulta un tanto insólito que la gastronomía coreana lo sea tanto. En países cálidos, como Méjico, India o Indonesia, es algo frecuente porque la sudoración que provocan los alimentos picantes sirve como socorrida refrigeración, Pero tal no es el caso de Corea,  con tiempo frío y húmedo durante gran parte del año. Aunque, si nos paramos a pensar, ¿acaso ese mismo calor extra no puede servir incluso mejor para lo contrario: para combatir el frío? Otra cosa es que en otras latitudes con condiciones climáticas similares a las de Corea no hayan descubierto todavía esta ecocalefacción.
En resumen, como decía un viejo aserto: Díme lo que comes y te diré quién eres. O, por la mesa (y no por el periódico) los conoceréis.

El kimchi picante, a base de col china, nabo, cebolla y otras verduras, con un aliño especial que incluye caldo de pescado. Fuente: www.diariodelviajero.com


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