viernes, 25 de octubre de 2013

rEvolución, con re minúscula



Las cosas están de tal modo que, en el momento actual, fines de 2013, la sociedad parece abocada a una revolución, como respuesta desesperada al desamparo por parte del Estado, la corrupción indisimulada y el despotismo de las mafias económicas. En España ya debía haber estallado pero, por causas aún sin dilucidar, está retardándose esta respuesta. Sin embargo, el caldo de cultivo revolucionario está servido: las colas del paro nunca han sido tan largas, en la calles los contenedores son supermercados para los miserables, gente perdida que para “emplear” su tiempo deglute, como único consuelo, televisión basura. Eso quien tiene casa, porque son cada vez más los desahuciados, cientos de miles de familias algunas de las cuales quedan directamente en la calle o debajo de un puente, como Carpanta.

Imagen: Fer. Fuente: http://cat.bloctum.com

No se sabe si los poderes inoperantes e imperantes, los ocultos y los visibles, saben de este peligro, pero es más que presumible que sí, en cuyo caso estarían preparados para ahogar por la fuerza cualquier levantamiento, cual niño inocente, antes de que se convierta en algo grande. Sí, es más que probable que, como vulgares ladrones, vayan por delante preparando la siguiente trampa. La historia dice que casi siempre gana la sinrazón de la violencia, pero a veces no es posible detener el huracán, sobre todo cuando, como ahora, el hambre campa a sus anchas. Entonces acontece eso que llamamos revolución.
La palabra revolución da pánico a la gente bienpensante. En el subconsciente colectivo, se equipara revolución con sangre, tiranía, decapitaciones, salvajismo…. más que con libertad, igualdad, fraternidad e imperio de todos y no de unos cuantos. Sí, la revolución da miedo pero lo cierto que sólo cuando el miedo desaparece, porque ya se ha pedido todo, estallan las verdaderas revoluciones,
Y eso, que grandes masas humanas lo pierdan todo, ha sucedido desde tiempos remotos y es por eso que las revoluciones aparecen desde que existen las desigualdades sociales. En el Paleolítico, al parecer y para mejor sobrevivir, existían fuertes lazos de solidaridad entre los diferentes grupos humanos, generalmente clanes familiares de unas decenas de individuos. Todo era de todos e imperaba eso que los antropólogos llaman “comunismo primitivo”. Al parecer esto cambió cuando el hombre se hizo sedentario definitivamente, momento en que la actividad humana se volvió más compleja y diversificada, con la incorporación de la agricultura y la ganadería y otros descubrimientos que sacaron a la especie humana de la inercia de la edad de piedra hace apenas unos miles de años. En los primeros núcleos de población permanente podía acumularse alimento sobrante y otras riquezas que los cazadores recolectores paleolíticos ni podían ni sabían conservar. Además, cambio fundamental, apareció la propiedad privada, eso que Pierre Joseph Proudhon consideraba "un robo". De este modo se abrió la caja de Pandora de la desigualdad. La propiedad de todos comenzó a ser administrado no por el común sino por una élite político religiosa, encabezada por reyezuelos bendecidos por sacerdotes. Cuando las diferencias sociales aparecieron, la humanidad se entregó a eso que llaman gobierno, sin sospechar que dicha institución, supuestamente defensora del interés común, en realidad sólo favorece a unos cuantos privilegiados apegados al poder. Y así hemos continuado hasta ahora, sin que apenas unas cuantas revoluciones, primero triunfantes y a la postre fallidas presas de sus propias contradicciones, hayan enturbiado ese orden que niega que todo hombre, y no sólo unos cuantos, pueda ser dueño de su destino.
Para justificarse y consolidarse, todo poder, lo mismo ahora que siempre, se ha esforzado no en bien gobernar sino en aparentar que lo hacía. La principal obsesión de los gobernantes no ha sido dar a cada cual el menú que necesita, sino proporcionarle un plato único a base de engaños más o menos complicados, sustentados sobre mecanismos ideológicos cuyo fin último es simplemente mantener la calma social y evitar revueltas y revoluciones. Los ingredientes más usados de esta bazofia provienen de la religión o el nacionalismo aderezados siempre con un buen puñado de circo. La última incorporación ha sido la publicidad, arma de destrucción pasiva, (la mejor lavadora de conciencias del mercado, señores), que ha demostrado ser mas astuta que su madre, la propaganda. Ese potaje ideológico es como la zanahoria con la que se hace andar al borrico. Pero incluso las más sofisticadas estratagemas también fallan o simplemente se vuelven insostenibles, tal que el estado del bienestar de las últimas décadas. Entonces, los poderosos se atreven incluso a retirarle la zanahoria a las nobles bestias que gobiernan. Es lo que está aconteciendo ya en España, Grecia. Italia, Portugal, Irlanda y otros muchos países con los sangrantes recortes.


Muy bien, pongamos que, por esta osadía de los poderosos, la cosa va tan a peor que termina por estallar una de esas revoluciones que no se puede parar ni sacando al Ejército de sus imperiales catacumbas. Pongamos que la gente está tan desesperada que pierde el miedo de verdad; pongamos que los levantamientos populares se consolidan y triunfan sin derramar demasiada sangre (como sucedió al inicio de la Revolución Francesa) y da comienzo un nuevo orden.
Si así fuese, las probabilidades matemáticas de que la tal revolución acabase en dictadura serían muy altas, simplemente porque casi siempre sucede así. Pero ¿por qué tal fatalidad? Quizás porque, a la hora de replantearse su futuro en colectividad, el hombre ha demostrado siempre poca imaginación y la historia se repite una y otra vez. Así, tras toda revolución, invariablemente el poder recae en manos de unos pocos a las primeras de cambio. Y también invariablemente, esos líderes suelen arrogarse enseguida del mando absoluto. Investida de una especie de mesianismo político, la nueva élite toma decisiones que afectan a millones de personas sin miedo a equivocarse y sin medir demasiado bien las consecuencias de tales decisiones. Muy a menudo todo el poder revolucionario recae en un loco de atar. Es sabido que los delirios políticos de Mao o Stalin dieron lugar a planificaciones garrafales que causaron decenas de millones de personas. Puede que alguien piense que ése es un caso extremo; estoy de acuerdo. Pero eso no obsta para afirmar que el poder corrompe siempre, sea cual sea la ideología sobre la que se sustente. Y si es así es sencillamente porque recae en pocas personas. Es decir, el poder total o el espejismo de éste, como un anillo del mal, hace que todo el que lo posee se vuelva siervo de oscuras fuerzas. Y esto, por unas u otras circunstancias, tarda poco en suceder, incluso si ese poder dimana de una revolución bienintencionada. En este momento, quizás sea oportuno acudir a la etimología. Una de las acepciones de la palabra revolución es “movimiento circular”, es decir, trayectoria que regresa al punto de origen, algo que, como se viene diciendo, se repite una y otra vez a lo largo de la historia cuando se intenta cambiar el orden de ésta. La pregunta es: ¿cómo salir de ese círculo vicioso?

Fuente: http://wiserblog.wordpress.com/
Volviendo a nuestra hipótesis, ¿qué ocurriría si triunfase, dentro de un tiempo, una nueva revolución y cuál sería la forma de escapar a esa condena? La solución podría ser muy sencilla y, a la vez, muy complicada. La clave estaría en no entregar todo el poder a unos cuantos. Eso se lograría atomizándolo al máximo y con una nueva (de verdad) organización política donde se primase la horizontalidad en todos los órdenes. Suena utópico, pero debería partirse de que el hombre, cada hombre, merece y debe participar activamente en las decisiones políticas que le afectan. Pero ello sería muy complicado manteniendo los grandes estados de hoy. Como alternativa, habría que crear pequeños núcleos de población capaces de autogestionarse en todos los ámbitos o de, llegado el caso, decidir, en confederación, sobre todos los asuntos generales. En esta estructura, una suerte de malla política donde todos los nudos estuviesen interrelacionados, cada ciudadano estaría obligado, por el bien común, a decidir siempre sobre cualquier aspecto de su vida y su futuro y, llegado el caso, a ejecutar las decisiones tomadas por las asambleas. Y esta nueva forma de “gobernar”, o sería mejor decir ejecutar las decisiones comunes, en ningún caso sería una oportunidad de medrar (tal como sucede ahora) sino un simple servicio a la comunidad que reportaría si acaso honores pero nunca dividendos. Pero, para ello, como se viene diciendo, habría que pulverizar el poder, junto al antiguo orden, y repartir sus granos de arena entre todos, para que cada cual guardase como oro en paño su ínfima parte.

Imagen: Emory Douglas.
No parece tarea fácil, es de reconocer, pero no ha de considerarse imposible por la simple razón de que no ha sido probada jamás. Los breves experimentos que han ido en esta dirección, como las colectivizaciones de la Barcelona de los primeros meses de la Guerra Civil, han resultado finalmente fallidos porque se les ha estrangulado en la cuna. Pero, supongamos que, casi por milagro, la sociedad se decidiese a caminar hacia una utopía de este tipo, aunque sea por mera supervivencia, que el sueño igualitario comenzase a cristalizar gracias al apoyo de la educación (una educación mucho más audaz, desde luego), a unos principios no demasiado diferentes a las promulgados por los revolucionarios en 1789 (aún perfectamente válidos en esencia) y sobre todo, a una nueva mentalidad basada en la conservación del entorno y no en su destrucción sistemática, como ahora. Suponiendo que deseásemos, en un impulso casi unánime, cambiar de verdad hacia un orden justo e igualitario estaríamos no en el principio de una revolución sino ante un fenómeno mucho más audaz. Y la palabra para calificar ese cambio no sería revolución sino rEvolución, con r minúscula y E mayúscula, donde la r, en una suerte de proceso evolutivo, quedaría como apéndice inservible destinado a desprenderse tarde o temprano, para dar paso a la gran palabra: EVOLUCIÓN. Porque de eso, a fin de cuentas, estaríamos hablando, de Evolución social, política, mental…. Evolución, en todos los sentidos, para sobrevivir a nuestro principal enemigo, o sea, a nosotros mismos. Como diría Charles Darwin, la cuestión sería adaptarse o morir.


miércoles, 2 de octubre de 2013

Tocando con los dedos el Paraíso (XXIV)




No resulta fácil explicar los motivos de estas endémicas y sanguinarias trifulcas por el poder que purgaron una y otra vez a la aristocracia nazarí y debieron desesperar a sus aplicados habitantes. Éstos, madrugadores campesinos, laboriosos artesanos y hábiles comerciantes, verdaderos autores de, seguramente, la mejor economía de Europa en ese momento, debieron pensar que estaban trabajando para una partida de locos. Locos, no obstante, a los que no cabía replicar porque, espada en mano, eran capaces de firmar una breve tregua para reprimir cualquier rebelión que se presentase, sofocada la cual seguirían luchando como diablos entre sí. Tal vez el motivo de tanta sangre derramada fuese, nada más y nada menos, que el soberano placer de ser dueños de la Alhambra, un lugar en el que se podía tocar con los dedos el Paraíso.


martes, 1 de octubre de 2013

Tocando con los dedos el Paraíso (XXIII)



De regreso a nuestro relato histórico-urbanístico, tras las realizaciones del mayor constructor de la Alhambra, ésta quedó prácticamente completada y no sufriría transformaciones de calado hasta la llegada de los cristianos. Sólo otros dos sultanes realizaron, que se sepa, obras dignas de mención y, desde luego, nada originales. A finales del siglo XIV o principios del XV erigió la torre vivienda de las Infantas el sultán Muhammad VII, en un estilo clásico pero algo más rudo que la vecina torre de la Cautiva.

Torre de las Infantas, grabado de F. J. Parcerisa. Recuerdos y Bellezas de España. 1833.

Años más tarde, su sucesor, Yusuf III, reformó el palacio que lleva su nombre que, como hemos dicho, es atribuible a Muhammad III. Además pudo intervenir en una nueva reforma del lado sur del palacio del Generalife. En ese momento, la decadencia, no sólo política sino también artística, del reino nazarí era patente.
Las décadas siguientes, hasta la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492, se convertirán en una lenta agonía donde el mayor problema del reino serán las luchas intestinas. Éstas, que siempre habían existido, ahora se recrudecen de forma brutal. Más que nunca, la Alhambra tenía a sus peores enemigos no fuera sino en su interior y, por lo mismo, era un lugar verdaderamente inseguro. 


Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...