miércoles, 30 de enero de 2013

POESÍA NAÏF I

Para revitalizar mi blog, abro una nueva sección de poesía. Se trataría, como en los brevatos, de, una vez cazada la mosca, aprovecharla esmerándose en esta suerte de  ritual que es la escritura;  no voy a negar que espero que los lectores crean que ha merecido la pena detenerse  un momento en esta bitácora pero, a título personal, me conformo con recuperar el contacto con la poesía, y que sea que para que se quede. 
De momento empiezo con un juego poético, en el sentido de que puede resultar inocente, como un cuentecito, por lo que la titulo tal que reza arriba.


Que entre la poesía en los bancos,
hagámosla entrar
a empujoncitos y con corneta.
Y en el parlamento 
al piano y el violonchelo
reservémosle un estrado.
Que se siente la poesía
por fin en los tribunales
Donde dignamente le toque,
que no desahucien a nadie
y que nadie nunca
tropiece en el desamparo.
Que caigan por su propio peso
los malos de esta película,
sebo avariento.
Pero sobre todo,
que aniden la música y la poesía,
el arte y las mariposas
las gallinas y las flores
los perros y los gatos.
la verdadera vida,
por siempre jamás
en nuestros corazones.


Extraído de vocesdelextremopoesia.blogspot.com
vocesdelextremopoesia.blogspot.cvocesdelextremopoesia.blogspot.covocesdelextremopoesia.blogspot.com 

viernes, 25 de enero de 2013

La rueda de la Historia



Una de las conclusiones más preclaras que se pueden obtener examinando la Historia es que ésta suele repetirse, por más que ella misma avise de que eso sucederá. Ejemplos hay muchos, desde la derrota de todo ejército que ha pretendido invadir la inabarcable Rusia (casos de Napoleón o Hitler) hasta el hecho de que cualquier dictadura se revela al fin insostenible por sus propias contradicciones.
Normalmente se atribuye el descubrimiento de este cuasi axioma al Materialismo Histórico de Carlos Marx, si bien su punto de partida es la Filosofía de la Historia de Hegel, que a su vez se basó en ciertas ideas de Fichte, discípulo de KantSin embargo, muchos siglos antes esta repetición histórica fue entrevista ya, aunque no tan científicamente, por Ibn Jaldún en su pequeña obra Prolegómenos de la Historia. Considerado el padre de la Filosofía de la Historia, Ibn Jaldún (Túnez, 1332; El Cairo, 1406) descendía de andalusíes de Sevilla que se trasladaron al Magreb tras la toma de esa ciudad por los castellanos. Durante su vida visitó la tierra de sus padres como embajador de los Nazaríes de Granada. Sus peripecias políticas, como a otras mentes preclaras que se atreven a entrar en semejante danza de sierpes, le reportaron amargura y hasta prisión. Desengañado por ello, decidió volcarse en sus estudios y dar a luz una teoría que es considerada precursora de la Sociología y primer atisbo de esto que estamos hablando: el carácter cíclico de la Historia. Una de sus principales conclusiones fue que “los historiadores están sujetos al error: por ser partidarios de un credo u opinión; confiar en exceso en sus fuentes; no comprender aquello que se explica; confundir creencia con verdad; no ser capaces de situar un hecho en su contexto real; desear el favor de aquellos que están por encima, mediante el elogio y, el más importante, desconocer las leyes que gobiernan la transformación de la sociedad humana".

Obra autografiada de Ibn Jaldún.
Ese afán por conocer las leyes de la Historia le llevó a la convicción de que en todas las sociedades y civilizaciones se repiten los mismos errores o aciertos, independientemente de su religión, cultura o idiosincrasia, porque, a fin de cuentas, todos somos humanos e iguales en nuestras características esenciales. Al colocar a todos los grupos humanos bajo el mismo destino, el filósofo intuía también, con más de 300 años de anticipación, algunas de las premisas de la Ilustración que condujeron a la Revolución Francesa.
Pero, volviendo al tema central de esta reflexión, en estos momentos de incertidumbre, en plena y voraz crisis económica, me permito hacer una pregunta que tiene que ver con España, mi país, y la difícil situación que atravesamos ahora, ya en pleno siglo XXI, por razones aún difíciles de explicar: ¿Estamos ante una repetición de errores cometidos ya anteriormente? Es decir, salvando las distancias y consciente de que las comparaciones siempre resultan muy arriesgadas, ¿nos hallamos ante una nueva decadencia, como la sufrida hace siglos por el imperio español, fruto de nuestro propio carácter, tan dado a los fuegos artificiales y no tanto al trabajo bien hecho, tan proclive a aceptar como algo natural que nadie se bautiza si no tiene padrino en lugar de a premiar los verdaderos méritos, sea quien sea su acreedor? Resulta muy atrevido, soy consciente, tratar de responder a esta incógnita; no ya por la audacia antedicha de comparar dos época distintas y lejanas entre sí, sino porque una de ellas aún está en ciernes y tratar de desentrañarla puede sonar a temeridad. Aún así, y dado que estos artículos son más para mi solaz que otra cosa, me atrevo con semejante reto. 
Tal vez el punto de partida no sea el mismo, pues no existían las mismas condiciones en la España del siglo XVII que en la de finales del siglo XX y, desde luego, la supuesta decadencia (lo dejamos de momento ahí) que vivimos se ha producido de manera mucho más rápida, como todo en nuestros tiempos. Sin embargo, en mi opinión, queda algo todavía de aquella ominosa y larga decadencia imperial, que convirtió a España en un país apuntalado pero, paradójicamente, rebosante de orgullo por las glorias pasadas. Esa resaca de la nunca superada caída de los cielos se hace presente aún hoy en el carácter español, en general poco práctico y tan dado a alharacas y falsas demostraciones de poderío. Pero es que, además, se pueden detectar ciertas y curiosas coincidencias con la época imperial. Sin ir más lejos, el origen de la deuda que nos asfixia es el mismo que en su momento estranguló al imperio donde nunca se ponía el sol: los banqueros alemanes. Hoy como ayer, la banca teutona se ha aplicado al cuento del “pide lo que quieras que luego haremos cuentas”, mientras los incautos españoles derrochaban ese dinero fácil, pero entregado con usura, en proyectos casi nunca llegados a puerto o en inútiles fastos sincuento. Y todo ello con una ceguera colectiva que nos impedía ver que la argolla de la deuda pública apretaba cada vez más y que el país entero estaba siendo hipotecado fruto de esa inconsciencia.

Hans Fugger, prestamista de los Austria, podría dirigir el Deustche Bank.
Otra coincidencia que aprecio entre ambas épocas es no tanto económica como social. Ya he aludido antes al clientelismo, enfermedad endémica nacional, que se detecta en todas las instancias, sobre todo en la política, tanto más descarado cuanto más ínfimo sea el “reputado” que lo reparte. Así, resulta notorio ver cómo el enchufismo, quintaesencia de la España imperial, mantiene hoy toda su pujanza y se reproduce como cáncer hasta en las asociaciones más peregrinas y que se compran y venden votos hasta en las elecciones de agrupaciones vecinales. Esta nefanda práctica condena a quienes no creen en tales tejemanejes al ostracismo y hasta a la maledicencia y el desprecio; sólo los muy fuertes son capaces de prosperar en tamaño despropósito; por detectarse, el clientelismo se detecta incluso en los círculos literarios, demasiado semejantes, me temo, a las relaciones feudales de señor/vasallos, antes que al espíritu libre e igualitario que debía guiarlos. Así, resulta humillante para un escritor tener que plantearse pertenecer a tal o cual círculo de poder literario y besarle el culo (metafóricamente) a tal o cual preboste de las letras para poder medrar algo, lo cual, en última instancia ni siquiera tendrá asegurado. ¿Y qué decir del escándalo de los concursos literarios, aparentemente abiertos pero manipulados desde las sombras por ciertos individuos? Resulta triste que debamos llegar a la conclusión, con resignación, de que es imposible ganar un concurso de importancia si no se negocia antes con alguna mano poderosa; y vergonzoso que aceptemos, como lo más natural del mundo, que se conozca casi siempre con antelación al ganador del premio Planeta y otras convocatorias por el estilo.

Finalmente, insisto que esto es una visión muy subjetiva, observo que, como la del siglo de Oro, la España de la Transición y de la Democracia se ha estado contemplando a sí misma con tanta deletectación que ha olvidado su verdadera realidad, la de que hasta hace bien poco éramos un país de tercera, que ha crecido artificialmente con esa sopa boba caída de Europa y que ahora tenemos que devolver a costa de nuestro bienestar presente y futuro. Esa pura apariencia nos hizo olvidar la realidad de que hemos sido como la leche que, al hervir con demasiado fuego, sube rápidamente pero termina por derramarse y hasta quemarse si no vigilamos el cazo. Y es cierto que la mayor culpa la tiene quienes gestionaron el falsamente llamado “milagro español” pero también nos cabe responsabilidad a quienes veíamos desde nuestros puestos de trabajo cómo aquéllos hacían y deshacían a su antojo mientras nosotros nos declarábamos felices con nuestra situación, con la conquista de títulos deportivos o la presencia de representantes españoles en los principales foros internacionales, pero nos manteníamos miopes antes la caída en picado de nuestros niveles cultural o científico y tampoco veíamos, como nuevos ricos, que nuestra formación cívica y ese ansia de libertad posfranquista se iban diluyendo poco a poco, enajenadas por el consumismo desbocado, la sociedad del ocio y la desinformación y otros altares posmodernos elevados a mayor gloria de los sacrosantos mercados.


Pero, volviendo a la principal tesis de este artículo: los hechos se repiten, sobre todo porque, como dijo alguien, “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Me pregunto si ahora también olvidaremos que somos lo que somos, ni más ni menos, y que hemos llegado a este angustioso presente porque no hemos atendido a nuestro pasado. Deseo que no sea así y que, poco a poco, doloridos pero decididos a progresar sin prisa pero sin pausa, aprendamos de nuestros errores con humildad, cualidad siempre balsámica para el espíritu. Para ello, muchas cosas tendrán que cambiar en este guirigay que se llama España. Y ello no sucederá si no se produce un cambio de conciencia en los ciudadanos que, a su vez, obligue a cambiar las reglas putrefactas que nos rigen, de modo que, por fin, los encargados de tomar decisiones lo hagan atados y con la soga corta para así cuidar verdaderamente del interés general y no sólo del suyo y el de sus compinches, como ocurre ahora.


martes, 22 de enero de 2013

Don Quijote versus Sancho Panza

Escena de El Quijote ilustrada por Gustave Doré


En un lugar de mi mente, aunque no puedo acordarme dónde, habita un caballero loco que persigue fantasmas a lomos de un corcel de triste figura, siempre acompañado de su orondo escudero, labriego de natural simple, el cual monta un asnillo y porta un trozo de queso y algunos mendrugos por tada vianda. En los ratos libres que les quedan entre descalabro y descalabro ambos cabalgan por ásperos llanos filosofando sobre la vida o rememorando las hazañas de tal o cual legendario caballero andante.
Sí, en efecto, soy un incondicional de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (se podría leer en mi frente que así es) y en eso no soy nada original, pues son miles los escritores que declaran con orgullo que Cervantes ha dejado una huella indeleble en su estilo y hasta en su forma de concebir la literatura; y qué decir de los cientos de millones  lectores de todo el mundo y casi todas las lenguas que lo recuerdan y no sólo por sus jocosas aventuras sino también gracias a algunas de sus preclaras sentencias. No tiene, pues, nada de meritorio declararse “cervantino”; todo lo contrario: uno se arriesga, al igual que quien se declara rendido admirador de Mozart, a que lo tomen por un erudito a la violeta, vano conocedor de las artes que sólo es capaz de recordar dos o tres grandes nombres. Pero, ¿por qué no he  de declarar de todo corazón que es así, como haría el niño que grita al cielo que le gustan con locura los helados de chocolate? Sí, el Quijote es uno de esos fenómenos surgidos de la naturaleza humana que pueden declararse sin temor no perecederos no sólo porque siempre acaban encontrando acomodo a todas las épocas, por más siglos que pasen, sino también porque, igualmente por más tiempo que transcurra, no se ven desgastados por su propia fama, como les ocurre a la mayoría de las obras famosas, éstas sí con fecha de caducidad.
Pero, pese a su indudable universalidad, lo cierto es que se trata de un libro con unas coordenadas espacio temporales perfectamente claras que saca a colación personajes y situaciones muy localizadas en la Mancha a caballo de los siglos XVI y XVII. Entonces, ¿cuál es la causa o causas de que una obra que podría pasar por costumbrista se haya convertido en la novela más conocida jamás escrita?
Quiero pensar, de un lado, que hubo algo de mágico en la escritura de este libro, que una musa anónima le otorgó a Cervantes un soplo prodigioso de inspiración justo cuando más lo necesitaba, estando ya mayor y muy desengañado por los varapalos de la vida y la  escasa notoriedad cosechada por su obra; de otro lado, también podría aventurarse que, para mejor asimilar los sinsabores de su agitada existencia, el escritor se refugió en su escritura, lo único en el mundo que le prodigaba fidelidad absoluta, intentando renacer de las cenizas en que se hallaba, después de ingresar en prisión y por los muchos disgustos que le proporcionaban de tanto en tanto sus desagradecidos familiares; y en ese empeño tropezó con una historia de muchos kilates, que brillaba con el fulgor del sol en la llanada manchega, un verdadero regalo germinado en su corazón dolorido y alimentado, no sin grandes quebrantos, por su mente, una de esas historias destinadas a perpetuarse en la memoria de los hombres generación tras generación. Y no sólo eso. También estaría destinada a configurar todo un género literario, la novela, de hecho el rey de los géneros si se atiende a número de lectores y obras publicadas, es decir, a su gran predicamento.
Ya he dicho que Cervantes encontró una prodigiosa idea pero que ésta no hubiera llegado a nada si no hubiera porfiado por convertirla en un historia imposible de olvidar. La habilidad e ingenio del escritor para trocar la más apabullante realidad en disparatada fantasía,  sirviéndose de la fértil pero desnortada imaginación de don Quijote, podría ser la clave del éxito de esta obra, si no fuera porque ésa no es más que una cualidad más de este libro  pero no la más notable. El argumento, siendo sin duda original, no lo es más que el de alguna de las Novelas ejemplares, caso de El licenciado vidriera; de hecho, el desarrollo del primer capítulo, en el que el Quijote hace su primera salida en solitario para ser armado caballero en una venta, hace pensar que en un principio el Quijote no era más un argumento original en ciernes, y que en ello podría haberse quedado de no mediar el afán de su autor por convertirla en una de las aventuras más fascinantes jamás contadas. Fue a partir del segundo capítulo cuando la novela alzó el vuelo para encaminarse definitivamente hacia su destino. ¿Qué fue lo que pudo suceder?
Basta con examinar el libro para descubrirlo: una vez iniciada la redacción a Cervantes debió parecerle que el héroe solitario necesitaba un compañero de viaje; pero  no un simple antagonista, sino toda una alternativa a la personalidad del hidalgo loco. Y entonces nació Sancho Panza para completar la ecuación literaria perfecta. La siempre cordial relación que reina entre estos dos personajes y el respeto y solidaridad que se profesan, incluso en las peores situaciones, fragua una pareja de imperecedero recuerdo. Su tan lograda simbiosis está basada en la perfecta contraposición de las opuestas, aunque no incompatibles, personalidades del poco avisado pero muy fiel y noble Sancho Panza y el loco pero a veces cuerdo señor Quijano transustanciado en caballero andante. Así, pueden no sólo convivir sin conflictos, gracias a la meridiana relación amo/sirviente establecida desde el principio, sino también conversar y hasta debatir con cierta enjundia de las cosas de la vida contraponiendo sus dos visiones del mundo que, pese a ser casi diametralmente opuestas, resultan, por obra y gracia de la pluma del autor, casi siempre compatibles (y con ello Cervantes nos brinda una gran lección de tolerancia); además, conforme avanza el relato, la amistad y el respeto mutuo entre ambos personajes no deja de crecer, sin decaer en ningún momento, para convertirse en la verdadera piedra angular de esta gran obra. Mi conclusión pues es que, antes que las increíbles aventuras que viven ambos personajes, es su amistad la verdadera espina dorsal del relato quijotesco.


Pero, para rellenar esa armazón argumental, Cervantes necesitaba materiales de relleno de primera calidad; además de totalmente novedosos debían ser lo suficientemente estimulantes para convertirse en las poderosas imágenes que hoy prácticamente todo el mundo reconoce, tal que (por poner el ejemplo más notorio) la escena del combate del ingenioso hidalgo con los molinos. Y ello lo logró don Miguel sirviéndose del mismo e infalible truco que utilizó para fraguar a la pareja protagonista: el sabio uso del contrapunto, en este caso no entre personalidades sino entre la realidad y la fantasía. Los molinos pasan a ser gigantes y la realidad se troca en fantasía no sólo en la mente de don Quijote sino también en la del ingenuo Sancho, más no así en la del lector, que comprende perfectamente cada payasada y goza lo indecible con tan disparatadas aventuras.
Porque, ¿qué son sino aventuras los tropiezos sincuento, las alucinaciones de don Quijote, los malparados combates y trifulcas, las burlas a que se ve sometida la entrañable pareja y en fin todas esas inacabables incidencias que van surgiendo a lo largo del relato y que hacen que al leer el Quijote casi siempre baile en nuestro rostro una agradecida sonrisa, la de aquél que está viviendo intensamente, y por ello disfrutando, lo que está leyendo? 

PRESENTACIÓN DE EL TALLER DE IDEAS



Después de varios meses sin atender a este blog, por razones que no viene al caso explicar por prolijas, retomo su escritura con una nueva sección. La he titulado "Taller de ideas", siendo esta denominación sólo provisional. La idea es elaborar una serie de artículos sobre temas varios y a mi libre albedrío donde intento expresar mi parecer, de la forma menos dogmática y más libre posible, sobre esas determinadas cuestiones. No pretendo sentar cátedra, ni mucho menos, para eso están los ensayos;  simplemente busco plasmar una serie de pensamientos de la forma mas coherente que me sea posible y, sobre todo, tratando de anteponer el sentido común al apasionamiento, que tan a menudo ciega las opiniones. Aunque el verdadero objetivo es que el lector disfrute un mucho y reflexione un poco con estas disgresiones, pues no son van más allá de eso. No puedo evitar recordar aquí los artículos de Voltaire, un referente para mí y al que, lo confieso, admiro mucho más como escritor que como filósofo. Y para empezar, tras publicar este presentación, editaré también el primer artículo de la serie, que va dedicado al Quijote. Saludos.


Alhambra inadvertida: Al borde del Extasis

Sueño, fantasía, visión maravillosa, belleza indescriptible... son algunas de las palabras que pueden pasar por la mente de quien contempla,...